ABOGADOS - Capítulo 1º / ¡ Cómo no, lunes !

Ann se levantó con el tiempo justo para arreglarse y acudir al despacho, sin perder ni un sólo instante.La tarde anterior había ido al cine con Michael, después habían ido a cenar y la noche se les había echado encima. Cuando quisieron recordar eran las doce y debido a ello las sábanas se le habían pegado.

--¡ Madre mía, madre mia, decía Ann mientras corria de un lado a otro buscando la ropa que había de ponerse

Se duchó deprisa, se vistió y maquilló ligeramente. Por enfermedad de Dick, ella habría de substituirle en el juicio programado para esa mañana.

-- Es que no falla, es lunes y los lunes y yo estamos reñidos


Con un croisan entre los dientes metió su maletín en el coche y rápidamente se dispuso a partir hacia la oficina. A mitad de camino comenzó a llover, primero lento y después fuerte. De repente un ruido sordo y algo que impedía girar a una rueda, sucedió, lo que hizo exclamar a Ann

--¡ Oh no, ahora no !

Pero sí. Habia pinchado y justo cuando más llovia. Sin pensarlo dos veces se puso a la faena de cambiar la rueda mientras entredientes juraba y perjuraba, acordándose de los cien mil hijos de San Luis.





La lluvia arreciaba y ésto le impedía ver bien, pero al fin pudo reponer la rueda pinchada, pero ella estaba empapada y con su traje para el juicio hecho un desastre. Los zapatos se habían empapado al igual que sus cabellos

--¡ Cómo me voy a presentar así ante el juez !

Mirando al cielo que continuaba encapotado y dirigiéndose a no sabía muy bien a quién levantó un puño amenazador, y exclamó:

--No sé si los lunes tienen presencia física, pero ten cuidado conmigo porque esto no lo voy a olvidar.

Consultó su reloj y comprobó que apenas faltaban cinco minutos para que fuera la hora de entrada a su trabajo. Optó por llamar por teléfono avisando de su incidente

--Lisa, por favor , pásame con Walter. No puedo llegar a tiempo. He puichado y estoy empapada y hecha un desastre.

--Ann, ja,ja,ja. Espera ya te paso

--¿Qué ocurre?, respondió el tal Walter a la llamada que le había pasado Lisa

--Sr. Walter me es imposible llegar a la oficina, pienso que sería mejor irme a los juzgados directamente y me haga llegar allí toda la documentación para el juicio. Cuando termine la audiencia le explicaré lo que me ha ocurrido.

--Ann, siempre te pasa algo raro, no sé qué demonios te ocurre, pero el caso es que vas con el tiempo justo. Ve al juzgado allí te mandaré la documentación. Y más vale que tengas una buena excusa, porque de lo contrario, no sé.....

                                                                

Entró en el vestíbulo del juzgado como una exhalación y dirigiéndose a la ayudante del fiscal, le pidió un gran favor, según ella le suplicó:

--Terry, por favor, por favor me tienes que dejar algo que ponerme. Mírame cómo estoy. Me ha caido todo el agua del diluvio universal. No puedo presentarme así en el juicio

--Pero Ann ¿ qué te puedo dejar ? ünicamente mi chaqueta, Espera se me ocurre algo¿cuánto falta para el juicio?

--Posiblemente media hora, o algo más. No sé. Estoy muy nerviosa

--Entra en el lavabo y dame tu ropa. Trataré de que te la sequen en la tintorería

--¿Y si no da tiempo?

--Pues te pones unos pantalones que tengo ahí y un jersey. Hija mia no se me ocurre otra cosa.

--Bien, te daré la ropa. Pásame no obstante lo que tienes ahí, por si acaso y más te vale que sea bonito el modelo.

--Pues no, no lo es. Es la ropa que traje cuando nos mudamos

--No me digas que está hasta sucia. ¡ Por Dios ! Terry. Bueno es igual, anda ve rápido, por favor.

Pero no llegó a tiempo y Ann tuvo que ponerse la ropa que su amiga le había dejado. Con lo que no contaba es que a su salida del lavabo estuviera el fiscal que la miró sorprendido sin articular palabra.

--Buenos días, saludó Ann tímidamente. Es lo único que le faltaba él allí y ella con esas pintas.

--Buenos días, respondió él

--¿Sabe dónde está Terry?

--Oh, acaba de salir un momento, creo que a una emergencia.

--¡ Vaya por Dios ! el juicio empieza en nada y la necesito. Y ¿ usted quién es,?

--Pues yo soy la abogada defensora

--¿Cómo dice? No se irá a presentar al juicio vestida de esa forma. Sería una falta de respeto, en primer lugar al juez, y después a todos nosotros y mucho más a la persona que vamos a enjuiciar. ¿No conoce la ética?





--Si me deja que le explique, quizás comprenda el por que estoy vestida de esta forma. No acostumbro a asistir a los juicios de esta guisa: he tenido un percance y Terry ha ido a ayudarme, a la tintorería. No se preocupe si no llega a tiempo defenderé a mi cliente así. De todas formas el veredicto no se dicta en función de cómo vaya vestida.

--Es el colmo, no he visto otra cosa igual, comentó el fiscal.

Terry llegó cuando ya estaban todos en la sala y todo lo que pudo hacer es ocupar su sitio al lado del fiscal.
ëste dirigió una mirada a las dos mujeres que las fulminó. Tenía fama de ser excesivamente rígido y Ann lo pudo comprobar en aquella ocasión, claro que no le faltaba razón.

--¡ Vaya un debut que he tenido con este hombre !, pasó en un papel a su amiga.

El ugier de la sala anunció la entrada en ella del juez Desmond, con lo que se daba comienzo al juicio.
--Pónganse de pie, entra el Juez Desmond, anunció el ugier al tiempo que todos se pusieron en pie guardando un respetuoso silencio.

Procedieron a la lectura de los cargos. Junto a Ann, estaba Santiago. Era un emigrante hispano que llevaba en Estados Unidos más de diez años; allí habían nacido sus tres hijos y allí había establecido su hogar, pero estaba en un sitio equivocado a una hora equivocada y estaba acusado de atraco con agresión.

Era un hombre humilde, educado y respetuoso que estaba muerto de miedo. Miraba hacia atrás en donde Teresa (su esposa), le miraba con ojos llorosos, temblando de miedo por lo que le pudiera ocurrir.

Ann giró la cabeza en dirección a ella para infundirle ánimos, ´´animos que ella misma necesitaba. Tenía miedo, no había tenido muy buena entrada en su encuentro con el fiscal. No tenía mucha experiencia en juicios porque siempre había acudido a ellos su compañero enfermo. Santiago le miraba de soslayo, como si presintiera que ella no estaba segura de si misma.

Ann tragó saliva, respiró hondo y se dispuso a explicar las razones por las que su defendido era inocente. El fiscal sonreia levemente al escuchar el argumento que ella empleaba y dijo para sí:

--Lo llevas claro, preciosa. Tienes el juicio perdido de antemano. Quién va a creer a alguien que se presenta con esas pintas.

La vista no duró mucho a pesar de que se les hizo eterno, pero algo hizo reaccionar a Ann que saltó como un resorte al oir al fiscal en la culpabilidad de aquel hombre humilde arguyendo que ocultaba su verdadera intención bajo la capa de humildad.

--¡ Eso es increible !, pensó Ann, al tiempo que el juez aplazó la vista para el día siguiente a la misma hora.

El fiscal al tiempo que guardaba sus documentos, la miró y con una leve sonrisa le dijo:

--A ver mañana cómo viene...

Ella le miró con furia y salió de la sala a toda prisa.

Cuando llegó a su casa se dispuso a trabajar sobre las pruebas que tenía para refutar toda la argumentación del fiscal

--Engreido. Te crees que vas a poder conmigo porque piensas que soy inexperta, pues te vas a enterar.

Eligió en su armario el mejor traje de chaqueta y la blusa más bonita que tenía. Quería impresionar a "ese" hombre. No la volvería a dejar en ridículo. Se sintió mal, muy mal cada vez que él la miraba despectivamente, por eso pensó:
 
--No me volverá a ocurrir, y eligió otro conjunto por si acaso; lo llevaría de reemplazo para no verse en la misma situación si le surgía algún contratiempo.

La vista duró dos días más y el juez Desmond, leyó la sentencia: cuatro años de cárcel más una indemnización por la agresión, a pesar de que fué leve.

Ann y Santiago se desplomaron en sus asientos sin decir nada. El hombre ocultaba su rostro entre las manos y ella solamente atinaba a ponerle una mano en el hombro y a susurrarle:

--Apelaremos Santiago, no se preocupe. Vamos a apelar.

A Teresa apenas le dió tiempo para dar un abrazo a su marido antes de que los guardias se lo volvieran a llevar.

Ann abrazó a Teresa y trató de consolarla a pesar de que ella tembién necesitaba consuelo.

El fiscal contemplaba la escena y les miraba como diciendo "te lo dije, no tenías ninguna opción de ganar". Como si ella le leyera el pensamiento, dijo en voz alta: "recurriremos y vamos a ganar. Por Dios santo que ganaremos, es inocente..."


Robert Hatcher (el fiscal)


El fiscal salió sin decir nada y Ann le siguió con una mirada que dejaba ver el sin fin de pensamientos furibundos que sentía en su interior.

Pasó al despacho del juez para advertirle que iba a apelar. El sr. Desmond la miró con curiosidad y esc uchó su argumento para la apelación

--Querida, mi experiencia me dice que perderá también la apelación. Será una pérdida de dinero de los contribuyentes y de tiempo.

--Pero señoría, este hombre es inocente y no debe permanecer en la cárcel por un delito que no ha cometido. Si es preciso pagaré de mi bolsillo las costas del juicio.

--¿Tan segura está de la inocencia?, la preguntó el fiscal que había permanecido detrás de ella sin decir nada

--Si señor, tan segura estoy

--Bien, dijo el juez. Pues tiene dos semanas para preparar la apelación, ni un día más.

--Gracias señoría. Así será.

Ann y el fiscal salieron del despacho del juez sin decir nada y cada uno de ellos siguió su camino. Ann a registrar los trámites a seguir, el fiscal a su despacho a continuar el trabajo interrumpido por el juicio.

Tenía poco tiempo para pereparar la apelación. Lo quería hacer minuciosamente, que no se le escapase ningún detalle. Era mucho lo que se jugaba en este juicio: no sólo la libertad de Santiago y la supervivencia de su familia, estaba también su ética profesional, con ese fiscal analizándola constantemente. Le explicó la situación a su jefe y decidieron que ella trabajase desde su casa para concentrarse más.



Lo organizó todo, reunió todas las pruebas, pero aún le faltaba redactar el alegato y la vista se celebraría al día siguiente. Pasó toda la noche trabajando, pero llegó a una hora en que la cabeza la tenía embotada y rectificaba una y otra vez el discurso. Su compañera de piso se levantó y la dijo que se acostara durante unas horas, al menos para que no llevara esas ojeras tan impresionantes que tenía.

Fueron días de intenso trabajo y de muchas dudas referente a si todo lo estaba haciendo bien. Decidió echarse durante media hora, pero por si acaso el cansancio la rendía, puso el despertador a las siete de la mañana.

Apenas había cerrado los ojos, se sumió en un sueño incoherente y desagradable lo que hizo despertarse sobresaltada al oir la campanilla del despertador. De un salto salió de la cama y se duchó. Se peinó y vistió cuidadosamete, despacio analizando cada movimiento a sabiendas de que iba a ser observada por la sala como lo fué el primer día del juicio.

Se puso un traje de chaqueta oscuro con una blusa a juego. Recogió su cabello en un recogido en la nuca y se maquilló ligeramente. Mecánicamente y muy preocupada recogió su cartera y su bolso y salió de casa dirigiéndose lentamente hacia los juzgados. Quería llegar pronto y dar un último repaso a su alegato; en él se jugaba la suerte de quel pobre hombre.

Entró en el despacho de Terry, quería que su amiga la diera el visto bueno, o quizás calmar los nervios que tenía.

--Buenos días Terry. Ya estoy aquí, dime cómo me encuentras

--Pues aparte de muy pálida, estás espectacular. ¿ Has podido descansar?

--Pues la verdad, no mucho. Estoy muy nerviosa y sé que no me voy a acordar de nada de lo que he redactado. ¡ Dios mio ! que no me quede con la mente en blanco,. por favor.

--Te va a salir estupendamente. Vas a dejar a todos con la boca abierta, ya lo verás.

La puerta se abrió de improviso dando entrada al fiscal, que con un escueto "buenos días", sin apenas mirar a las chicas, se dirigió a su despacho.

Ann salió inmediatamente. No quería tener que cruzar ni una palabra con aquel hombre que la desquiciaba.



-- Todos en pié, entra el juez Desmond.

La sala en silencio tomó asiento de nuevo siguiendo la órden del juez. Dió la palabra al fiscal que comenzó su disertación dirigiendo al jurado hacia la culpabilidad de Santiago, al tiempo que le señalaba una y otra vez. Ann no pestañeaba, no perdía ni una sola palabra de lo que Robert estaba explicando para apoyar el por qué él creia que era culpable.

Y llegó el turno de Ann, que muy nerviosa se pusó en pié sin abandonar su sitio. A medida que empezaba a hablar tomaba confianza y se afianzaba en sus argumentos. Cuando dió por finalizado su alegato, decidió jugar la última carta. Interiormente se dirigia a Dios pidiéndole apoyo y éxito por el bien de aquella familia que lo estaba pasando tan mal.

--Señoría, he expuesto todas las pruebas clarísimas e irrefutables por lo que pido que mi defendido sea declarado inocente y libre de todos los cargos que el sr. fiscal le imputa, pero es más: no se nos escapa que su familia ha sufrido un gran quebranto en su estructura, teniendo que ponerse a trabajar su esposa en un trabajo precario c on el fin de poder alimentar a sus hijos durante todo el tiempo que mi defendido lleva en prisión sin tener que estar, pues es inocente, repito es inocente.
Por tanto pido a vuecencia le sea concedida una indemnización de 10.000 $ para poder cancelar todas las deudas que han contraido. Le ruego analice todo lo que aporto en su defensa y se tenga en cuenta mi petic ión.

Un ligero murmullo recorrió la sala a la vez que Robert la miraba estupefacto y el juez la observaba sin pestañear.

--Hacemos un receso, y el jurado pasará a deliberar. Se levanta la sesión

Ann paseaba en una estancia contigua sopesando lo que ahora con esa inusitada petición podía ocurrir. Los nervios no la dejaban sentarse, ni dejaba de pensar en la expresión de incredulidad del fiscal. Estaba sola y no deseaba tener compañía. ¿Cuánto tardaría el jurado? quizás unas horas, o días. Sólo sabía que su ansiedad cada vez era más grande.

Transcurrieron cuatro horas y cuando el ugier iba a pasarle una nota de que podía irse a casa, recibió la órden de reunirse todos en la sala, pues el jurado ya había deliberado. A Ann parecía que el corazón se le iba a subir a la garganta, pero bebió un sorbo de agua y recogió su maletín.

En el camino se cruzó con Robert, que cortesmente la deseó suerte al tiempo que esbozaba una ligera sonrisa.

--Yo no se la deseo, perdóneme. No es nada personal, pero quiero que Santiago salga libre.

--Lo he entendido, no se preocupe. Si es inocente, que asi sea. Hasta luego.

Entraron en la sala y ambos se sentaron cada uno en su lugar esperando a que el juez entrara.

--En pié, dijo el ugier.

El juez Desmond entró y dió órden para que el jurado entrara en la sala. Le pasaron una nota en la que habían anotado su veredicto y procedió a su lectura:

--El jurado ha deliberado por unanimidad que el juzgado y aquí presente, sea declarado inocente y libre de todo cargo.

El alborozo reinó en la sala mientras el juez golpeaba una y otra vez con su martillo de madera tratando de imponer el orden.

--¨Pongase en pié el acusado

--Sr.Velázquez le declaró inocente pudiendo regresar a su hogar en este preciso instante, y por los daños y perjuic ios ocasionados a usted y a su familia, atiendo la petic ión de su letrada, concediéndole una indemnización de 15.000 $ que le serán abonados mediante un cheque bancario en este mismo momento, una vez haya pasado por mi despacho. Y con ésto doy por finalizado este juicio. Se levanta la sesión.

Ann no se atrevía a moverse, estaba como paralizada. Sólo cuando unos brazos la rodearon los hombros y una voz femenina, llorosa, la volvió a la realidad: Teresa sólo acertaba a darle las gracias mientras rodeaba con un abrazo a su marido y a Ann.

Robert esperó a que Ann se librara un poco de sus agradecidos clientes , para tenderle una mano y darle la enhorabuena. La obsequió con una amplia sonrisa al tiempo que la decía:


 

--Te has salido con la tuya. Habrá que tener cuidado contigo en lo sucesivo, eres un enemigo de cuidado.

--No soy ningún enemigo. Sólo buscaba justicia y si te hubieras ocupado en leer las pruebas más detenidamente, hubieras dado por nulo este juicio.

--¡Ahora voy a tener yo la culpa!. ¡Es increible.! Y sonriendo y recogiendo su documentación Robert, salió de la estancia.

 

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