DEL AMOR Y OTRAS HISTORIAS - El empedrado



 Abrir las ventanas de par en par y permitir que el aire fresco de la mañana entre a raudales en la casa. Levanto la vista hacia el cielo que hoy se muestra espectacularmente limpio y azul. A lo lejos pueden divisarse algunos retazos de nubes estrechas y alargadas semi difusas como si se fueran diluyendo en el camino. Los árboles se mecían lentamente arropados por ráfagas de aire que, melancólicamente, no deseaban perderse aquél escenario de un despertar del día en la estación, quizás más bella del año. En que el cielo es de un intenso azul. El verde brillante en sus hojas mecidas por la suave brisa mañanera. A lo lejos, el canto de algún gallo y los gorriones jugueteando a placer allá arriba. Mayo lucía hermoso. Contemplaba el entorno como si fuera la primera vez que lo hiciera y, nada más lejos de la realidad. Había nacido allí. Me sabía de memoria el paisaje, pero nunca lo había mirado con tanto detenimiento. Alejada de ese paisaje  por residir en la ciudad, había tenido la oportunidad de mirar hacia arriba y contemplar la belleza que allí tenía delante de mi. Lo había echado de menos, pero nunca me di cuanta de ello, del inmenso valor que recobraba ahora, en este preciso instante, allí desde el alféizar de mi ventana, recobrando la vida que había dejado atrás al marchar de allí en busca de algo mejor que contemplar, sin tener en cuenta que,  la máxima belleza residía en la sencillez y al mismo tiempo sobriedad del entorno que ahora tenía frente a mí, en aquel lugar recóndito del camino que conducía a una especie de carretera hecha camino desde tiempos remotos, pero que, ahora, retomaba su verdadera dimensión. ¿ Lo había echado de menos? No sabría decirlo, pero entonces, cuando abandoné este remanso de paz, para sumergirme en la  vorágine de la ciudad no lo aprecié por serme cotidiano y no entendiendo el verdadero encanto de lugares como aquél en el que había nacido y aprendido a apreciar la belleza de lo sencillo, de lo cotidiano que, no por eso, deja de ser extraordinariamente hermoso.

                Hacía poco más de veinticuatro horas que había regresado, pero todo me parecía nuevo  y nunca visto y disfrutado antes. Baje corriendo las escaleras que me separaban de la  planta  de abajo. Entré en la cocina como un rayo liberador y tomé del frutero una   manzana, mitad  roja y mitad verde difuso. La llevé hasta mi boca y mis dientes se  hundieron en su jugosa carne que inundó mis papilas del acido y dulce jugo. Como si   la  niñez hubiera vuelto y  nunca visto y, disfrutado antes.  Acompañada  por Lucio, mi                       perro, ya viejito pero alegre como  ningún otro, me seguía  contento   ladrando    al aire o a alguna mariposa que revoloteaba buscando no se sabe el qué.   Ante nosotros    estaba el "camino". Aquél camino que siglos atrás trazaron los romanos a su  paso por aquél  lugar que permanecía imperturbable a través de los siglos. Me detuve por   n momento a contemplarle  como si no lo conociera y fuese la primera vez que lo  admirara , como si el tiempo se hubiera detenido en él. ¡ Era tan hermoso aquél lugar...!                  

                   Recordaba, de mi niñez que. las grandes piedras abundaban y, que mi mente infantil dedujo    que eran restos de la construcción de aquella calzada impresionante. Y mis ojos fueron   directamente  al lugar en donde permanecía impertérrita desde que los romanos la  arrinconaran. Pero para mí conservaba su vida, su particular vida que seguía contando  como si los días no pasasen nunca y el tiempo se detuviese. Sonreí al recordar a una niña  on trenzas jugueteando por allí con una muñeca de trapo en los brazos y un cachorrito      color canela ladrando a la vez que saltaba alrededor de ella y que ahora ya no corre, sino   que va a paso lento cerca de mis piernas, pues la vista también le falla.

                     Me acerqué hasta un lado del camino en el que se encontraba aquella calzada romana  que, permanecía quieta, detenida en el momento en que los canteros allí la instalaran. En  otras, en los pequeños huecos dejados, el verde del campo había crecido y tomado vida.    La vista se perdía dada la longitud de la misma, pero era un rincón pleno de vida de una  vida que transcurría en paralelo con la nuestra  que, al igual que nosotros había sufrido,                 reído, disfrutado y conocido otros pies que la pulieron a base del transcurrir de los   tiempos. Cuántas risas por ellas. Cuántas historias habrán escuchado. Cuántas lágrimas   las  habrán regado. Cuántas risas juveniles . Cuántas tragedias habrán soportado su paso   por ellas. Cuanta sangre habrá regado a su paso. Pero todo permanecía inalterable como  si se hubiera detenido en espera de algo o de alguien. Unos que las pisaran alguna vez, habrán dejado su semilla en algún rincón del sacro santo lugar y otros en cambio se                     mezclaron con ellas en algún combate de antaño. Miraba el entorno con admiración,   tristeza y con muchísimo respeto. La vida estaba plasmada en ellas. La historia, contada   a veces como si fuera un cuento, allí tomaba vida y, al igual que en una narración volvía      a revivir aquellas historias narradas por mis abuelos al calor de algún brasero en una   mesa  camilla con unas faldas de terciopelo azul turquesa que nos cobijaba del frio en las  tardes  de aquellos inviernos crudos en que, escuchábamos a través de las rendijas de                    cualquier  ventana el silbar del aire que parecía cobrar vida. Cada adoquín de la calzada,   de su  empedrado era un girón de nuestras vidas. De los pasos por ellos de otros pies que  ya reposan en el campo santo y de otros que lo hacen en otras tierras, pero que se   fundieron  con ellos dejando su propia historia en sus rendijas de unión con la de al lado.  l silbar   de los árboles y el cantar de los gorriones. Todo ello, toda esa vida, aunque   hubiera   pasado, allí  permanecía entre sus piedras. En la vida extranjera que la idearon                     para guerrear o facilitar la vida a los habitantes de Hispania, disolutos rebeldes,  huraños que no les querían en sus tierras, pero que los siglos pasaron y ellos, algunos,   se fundieron con las mozas juntando sus sangres en una sola.

                                         Y aprendieron su idioma       y al fundirse crearon otro  nuevo que llegó a los                                         confines del mundo y aún  persiste más allá del   horizonte y aún sus piedras,                                           de tantos siglos atrás, sostienen    paso de otros carros,  otros caballos que                                                 ahora    se     llaman automóviles. Pero siguen allí  como queriendo contar  la                                            vida llegada de lejos y que se fundió con la tierra nueva   y   al fundirse                                                    crearon  otro  nuevo que llegó a los confines del mundo y aún  persiste                                                        más allá del   horizonte y aún sus piedras, de tantos siglos atrás, sostienen                                                 el paso de otros carros,  otros caballos que ahora se llaman automóviles. Pero                                           siguen allí  como queriendo contar  la vida llegada de lejos y que se fundió                                               con la tierra nueva   y,  que ésta, llegó a los confines del mundo y aunque 

                                          esa calzada forjada piedra sobre piedra formando el empedrado, aún hoy                                                    muchas personas  lo ignoran sin siquiera reparar en ello .  el viejo                                                             empedrado  se empeña en contar su historia, lo vivido desde que ellos                                                      llegaron siendo muy jóvenes  hasta ahora que ya son recias y firmes para

                                          admiración de todos repitiendo una y mil veces si fuera necesario la sangre                                              derramada sobre estas piedras tratando de civilizar aquellas nuevas gentes 

                                           incultas, pero ávidas de saber  y a la vez transmitir su sapiencia heredada de                                             otros que llegaron  anteriores a Roma pero tan valiosas como las mismas                                                   piedras del empedrado  y de las calzadas que han hecho famosa a aquella                                                 civilización de romanos , perdurando hasta el día de hoy por los siglos de                                                 los siglos perpetuando su fama.

                    Un soplo de suave brisa  rozó su mejilla como para hacerse notar y, sutilmente la dijera que aún estaban vivas  y esperaban a aquellos que las transitaran para contarles su historia, su  inmortalidad. Durante siglos otras gentes las pisaron ignorando la grandiosidad de su obra y el sudor que aquellas   calzadas   llevan sobre sí. Una historia que, a pesar de los siglos         transcurridos siguen vigentes por el ingenio de otros hombres que han ido llegando y   transmitido su saber al igual que lo hicieron y hacen ellas.

              Y pareció escuchar  como en  un susurro que el aire decía: "Ve a Segovia, a Cáceres, a Mérida ... y a tantos lugares por los que transitáis sin siquiera daros cuenta de lo  que pisáis, cada vez, por un empedrado milenario. Y   tantos lugares  por los que los rebaños de vuestro ganado caminan, cada vez que ponéis los pies sobre una calzada    romana, y que hubieron gentes que trabajaron  para que ahora os maravilléis de nuestra obra,  pero también hay hombres que nunca retornaron a Roma y perdieron a sus familias y, lo que         es peor, nadie conoce cómo se llamaban y si alguna novia  esperaba enamorada su regreso  porque  fueron gentes que vinieron a la fuerza: era esto o la muerte. La compensación la  han encontrado en la admiración que les llega de todos cuantos les visitan y hasta han  notado que, cuando les pisan, lo hacen con respeto y admiración. Y que en la noche, entre  a neblina se ven interminables filas de hombres y mujeres que pasean por el empedrado               llevando    de la mano a alguna criatura mitad romano y mitad íbero, porque así se formó la  mezcla de  su sangre y aprendieron su lengua y les convirtieron en latinos precisamente   por eso. Y jamás se les despreció, a pesar de las contiendas que sostuvieron, pero fue tan     magno su legado que, aún se les nombra con admiración.  Aprendieron su idioma y ellos de                    él, creando otro nuevo, y lo llevaron a nuevas tierras y se extendió por el orbe, hablándolo muchísimas personas   a lo largo y ancho del mundo conservando su semejanza con aquel    pueblo llegado de Roma para conquistar esta tierra y, ahora ambos pueblos son los Latinos y                    aquellos Íberos- Latinos de entonces, colonizaron otros mundos llevando los empedrados de  Iberia y todo cuanto aprendieron de sus antepasados. #rosaf9494


                          RESERVADO DERECHOS DE AUTOR /

                           Autoría: Rosa F. 9494

                           Edición:  Enero, 20 de 2024  

                            Fotografía Internet - s/autor

                                          

                                                           

          


          



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