DESENCUENTROS - Capítulo 7º



Poco a poco la casa se fué llenando de gente
Poco a poco la casa se fué llenando de gente: amigos, familiares, vecinos… Año tras año se reunían para celebrar todos juntos el Día de Acción de Gracias. Todos ellos vestidos para la ocasión, ya que en América es casi como el día de Navidad, o quizás de mayor celebración. Había algunas jovencitas muy nerviosas ante la perspectiva de volver a ver al escritor de moda y atractivo vecino: Jeff…

--No, hijas. Este año Jeff no podrá estar con nosotros, está de promoción
--Pero Gena….

--Lo siento chicas, pero no pude hacer nada. El trabajo es el trabajo.

Perla contemplaba la escena curiosa. Sonreía con tristeza. Se daba cuenta de las pasiones que levantaba Jeff “ con razón “, murmuró para sus adentros. Entre los chicos ella era la “estrella,, era la extranjera y además estaba muy guapa. Un camarero se acercó a ofrecer una copa a los invitados, ella la rechazó consciente de su estado. Gena la miraba de reojo . De repente un gritito se oyó en la estancia y una chica comenzó a dar palmadas nerviosas ante la aparición de Jeff, que buscaba con la mirada a Perla. Esta en un rincón apenas era vivisible, pero ella veía perfectamente al escritor. Sus miradas se cruzaron pero no hubo ninguna expresión que delatara que estaban encantados de volverse a ver.

Perla pidió excusas al chico que la daba conversación. Buscó un pretexto cualquiera y salió de la habitación; una de las muchachas besaba con gran apasionamiento las mejillas de Jeff. Se encaminó hacia la biblioteca. Quería quitarse de en medio, no quería más violencias de las necesarias. En definitiva ella era el “jarrón chino”. Gena observaba la escena entre los dos con mal disimulo de satisfacción. Era un gran paso que Jeff por fin hubiera regresado a casa.. Aún había esperanzas.
La entrada de Jeff fué muy celebrada por algunas jovencitas


Al entrar en la biblioteca, Perla vio que encima de la mesa del escritorio había un ejemplar del nuevo libro de Jeff. Sin duda lo había traído para sus padres, pero hojeó con curiosidad algunas páginas. Se detuvo en el principio. Había una dedicatoria “ en cada letra, en cada palabra, en cada renglón, siempre estás tú” …. Qué dedicatoria tan extraña…, pensó

La puerta se abrió dando paso a Jeff

--Venía en tu busca…

--Bien, pues aquí estoy

Bien, pues aquí estoy
--Veo que has visto el libro. Prometí que te mandaría un ejemplar, pero como pensaba venir hoy, lo he traído en persona

-- Muy amable por tu parte, gracias. Lo leeré. Mañana mismo en el avión comenzaré su lectura

--¿ Mañana,, te marchas tan pronto?

-- Si sólo vine por un par de días, y mira,   llevo casi una semana. Tú sabes que es una época especial para nuestro gremio

-- Claro, lo entiendo.. Me ha llegado el mensaje de que estás pasando por dificultades serias. ¿ Te ocurre algo, necesitas dinero?

--¡¡¡ Noooo ¡!! ¿ quién te ha dicho eso?

-- Entonces, ¿estás enferma? Por amor de Dios ¿ qué es lo que ocurre?

Perla sabía que había llegado el momento de comunicarle su embarazo, pero ¿cómo decírselo.? La frialdad era patente entre los dos y de esa forma era muy difícil soltar una noticia como esa. Empezaba a ponerse nerviosa; habían vuelto las inseguridades que creía ya superadas, volvían sus dudas. Intentó pronunciar unas palabras, pero no salían de su garganta. Se encaminó hacia una mesita y echó un poco de agua en un vaso. El la miraba y se daba cuenta de que algo ocurría: la temblaban las manos y estuvo a punto de derramar el agua. Tuvo que sujetarla una mano para que pudiera dejar la jarra en su sitio

--¿ Pero qué te ocurre, qué está pasando?

--Verás… comenzó a hablar mirándo al rostro tenso de Jeff. Lo que voy a decirte es algo delicado y me da miedo tu reacción. Yo no quería que lo supieras, pero me convencieron de que debía ser así:… La noche del motel… me quedé embarazada… Se giró dándole la espalda, no quería ver la expresión de su rostro al recibir la noticia.

--Esto no te obliga a nada, no te pido nada, no quiero nada, porque de nada eres responsable. Fui yo quién provocó tal situación; no medí las consecuencias, sólo quería vivir el momento, sin pensar en nada más

--¿Quieres decir que estás esperando un bebe? ¿ que ese niño es mío ?

--Puedo asegurarte que ambas cosas son ciertas. No he tenido relaciones con nadie más que contigo. Pero te repito no voy alterar tu vida. Podrás seguir con ella . Esto es un simple trámite. Creímos que debías saberlo
--¿Creísteis, quienes? Así ¿ sin más…¿ ¿Y has esperado hasta ahora para decírmelo?   Esto es el colmo. ¡ No pensabas decirme nada !No te entiendo, no te conozco. Haces y deshaces a tu antojo sin tener en cuenta al resto de la humanidad. Eres increible. Mira mejor será que me vaya antes de empezar a chillar; tengo que asimilar todo lo que ocurre. Perdona tengo que irme .

Perla quedó en mitad de la estancia, perpleja, sin saber qué hacer. Sus ojos se llenaron de lágrimas, mientras veía salir por la puerta a Jeff hecho una furia. No sabía qué determinación tomaría él. . .
- Estoy sola ante todo ésto, pero al menos ya lo sabe. Me he quedado, es cierto, más tranquila, pero ahora sé que no le volveré a ver.

Salió de la habitación y se dirigió a su dormitorio. Comenzó a preparar la maleta; al día siguiente se marcharía y daría por cerrado este desafortunado capítulo de su vida.

Jeff salió de la casa dando largas zancadas. Su cabeza estaba a punto de explotarle, no esperaba esa noticia y mucho menos la frialdad con que Perla se lo había comunicado.  Iban a tener un hijo, pero . . . Ella  le había dicho que estaba embarazada, pero no que iba a tenerlo. No quería ni pensar en que no fuera así. . .   Se mesó los cabellos. Su enfado subía de tono. Con ese estado de ánimo no quería volver a entrar y enfrentarse a Perla, no quería organizar un escándalo con la casa llena de gente. Comenzó a andar por el camino hacia el pueblo sin darse cuenta. Al llegar entró en la cafetería sin saber muy bien lo que hacía allí. Caminaba como sonámbulo, no terminaba de aclarar sus ideas. Había sufrido una tremenda decepción con ella, pero la quería y no podía evitarlo.  Tenía sentimientos encontrados: deseaba abrazarla y cuidarla, protegerla,. . .  Pero al mismo tiempo estaba furioso; su madre se había enterado antes que él.  Estaba claro de que había sido un accidente en la vida de Perla.

No sabía el tiempo transcurrido desde que llegó a la cafetería, ni cuantos cafés había podido tomar; el estómago le ardía a pesar de que era bajo en cafeína. Seguía sin aclarar sus ideas ¿ debía buscar a Perla, abrazarla y aceptar la situación?  Por lo que conocía de la muchacha, siempre había sido sincera con él.  Pensaba que estaría confundida. También para ella había sido una sorpresa, algo inesperado. Fué inesperado lo sucedido aquella noche. Suponía que no estaría en paz recriminándose la absurda idea de que había sido infiel a su difunto marido, cuando no era así. . . Imaginaba lo que sentiría al recibir la noticia de boca del médico, pero también le dolía no hubiera sido él el primero en saberlo.  Amaba a aquella mujer y deseaba formar una familia con ella, pero con su forma de pensar dudó el poder conseguirlo algún día.  Había estado sola demasiado tiempo, se había quedado en el momento de su viudedad y no había contemplado la posibilidad de volver a enamorarse.

Pensaba, pensaba, pensaba y seguía igual. Miró hacia el exterior del local y se dió cuenta de que era de día: había pasado toda la noche allí sin darse cuenta.  Pagó la cuenta bajo la mirada conmiserativa de la dependienta y salió del local. Consultó el reloj y volvió sobre sus pasos.  Ahora estaba más sereno. Hablaría con ella, se casarían y tendrian un hogar estable para cuando naciera su hijo

- ¡ Mi hijo !, se repetía una y otra vez porque aún le parecía imposible.

Cuando llegó a su casa no encontró a nadie. Habían salido rumbo al aeropuerto. Ahora recordó que Perla partía rumbo a España; ni siquiera se había dado cuenta de ello.  Rápidamente cogió su coche y a toda prisa se encaminó hacia allí.

Para cuando llegó, ya el avión había salido. Buscó a sus padres y no les encontró; sin duda se habían cruzado en el camino.  Su desesperación aumentó, pero tomó una decisión: viajaría a Madrid.

Pero no fué tan rápido como hubiera querido. Había olvidado que tenía una contratación de una firma en Nueva York para ese mismo día y al día siguiente debía ir a Boston para lo mismo, y después a San Francisco, y después . . .   tardaría más de una semana en poder viajar en busca de Perla.

- La llamaré cuando comprenda que ha llegado a Madrid, y con calma aclararemos todo. Iré a buscarla quiera ella o no quiera.  Mi hijo nacerá en un hogar estable. No tendrá a su padre a miles de kilómetros de su madre. Ni hablar, pero además ¡ qué demonios , si nos queremos los dos !. . .

Cuando comprendió que Perla había llegado a su domicilio, marcó su número de teléfono, pero al otro lado nadie contestó.  Aguardó un rato por si se hubiera retrasado, pero tampoco tuvo éxito.  Eso le preocupó

- Ya debía estar en casa, pero además no ha saltado el contestador. La pondré un correo electrónico para que me llame al llegar.¡ Dios mio, que no la haya pasado nada !

Estaba inquieto, preocupado, ante la tardanza de Perla.  Llamó a su madre por si ella hubiera recibido alguna noticia, y efectivamente sabía que estaba en casa y había llegado bien

- ¿ Y por qué no coge el teléfono?, comentó Jeff a su madre
- Es que no te marchastes muy bien, que se diga.  Debiste tener más paciencia y no haberte puesto como un energúmeno. Conociéndola  debías haberte imaginado la lucha que tenía en su interior. Por eso no quería decirte nada. Se sentía culpable por haber dado motivo a esa situación, y está segura de que no la quieres y lo hiciste por lástima
 

- ¿ Por lástima, eso te ha dicho ?
- Si, eso es lo que piensa. Por eso se siente responsable y no quiere ayuda.
- No estará pensando en . . .
- No, naturalmente que no. Va a tenerlo
- Todo esto es de locos. No lo entiendo. . .
- Eres un hombre. No puedes saber lo que una mujer piensa en algo así. La sociedad nos ha hecho reprimidas y por muy avanzadas que ahora seamos, seguimos padeciendo lo que por generaciones nos han inculcado. Siempre somos culpables de algo. Es un acto entre dos personas, pero siempre somos nosotras las que cargamos con las consecuencias. Y que conste que yo estoy encantada: por fin me haces abuela. Te aseguro que no estará sola, al menos por nuestra parte. Tú haz lo que quieras, pero tan responsable eres tú como ella; si no querías, debiste rechazarla
- ¿ Pero qué dices? Yo lo deseaba tanto como ella, pero como decírselo si hasta de la cosa más insignificante hacía un mundo y se sentía culpable de todo. . .
- Bueno, eso lo habláis vosotros.

Jeff insistía en hablar con ella, pero no había modo de localizarla.  No podía suspender las presentaciones que tenía. Estaba todo ultimado, pero su nerviosismo aumentaba por momentos

- Sólo pido que los nervios no me traicionen y esté amable con los lectores. Ellos no tienen la culpa.

Hasta pasados tres días no pudo hablar con ella. La encontró con la voz más débil que de costumbre

- Perla ¿ cómo estás?
- ¡ Ah Jeff ! estoy bien, pero perdona un momento. . .  Perla había tenido que salir rápidamente hacia el cuarto de baño
- Perdona, he tenido que ausentarme un momento. ¿ Qué decías?
- ¿ Dónde has estado estos días ? Me tenías preocupado
- Estuve en casa de Araceli, mi amiga.  No me apetecía estar sola y anoche regresé a casa. Leí tu correo y pensaba contestarte hoy. El teléfono lo desconecté. No quería hablar con nadie.
- Ese nadie ¿ soy yo ?
- Jeff, te aseguro que no tengo ninguna gana de discutir. No me encuentro muy bien. Perdóname, voy a colgar
- No, no lo hagas. Aguarda un momento. Tenemos que hablar, necesito saber algunas cosas. Voy a ir a verte; las cosas se me están complicando un poco y no va a ser tan rápido como quisiera. . .
- No te preocupes. Estoy bien, y creo que lo que teníamos que hablar, ya lo hemos hecho. Quédate tranquilo. Todo marcha con normalidad.
-¡ Cómo voy a quedarme tranquilo ! Perdona la forma en que salí de casa. Es que me pilló de sorpresa. Era lo último que podía imaginar.
- Bien Jeff, te aseguro que tengo que colgar ya
- ¿ Te llamo luego?
- No, no estaré en casa. Vuelvo con Araceli. Estaré ausente unos días. Adiós Jeff.

Sin esperar más, Perla colgó el teléfono.  Las náuseas volvían persistentes una y otra vez. Decidió tomar un vaso de leche para tratar de calmarlas, pero la comunicación con Jeff la había deprimido y rompiendo en sollozos se sintió la mujer más desamparada del mundo.
 
Jeff tomó el avión que le conduciría rumbo a España.  Estaba espectante, nervioso. Ignoraba cómo encontraría a Perla, en qué estado de ánimo.  La había llamado a diario y por el tono de su voz, notó que no estaba en sus mejores momentos. Sus conversaciones se limitaban a preguntarse cómo se encontraban y poco más. Estaba preocupado, era una situación para él desconocida a pesar de ser un hombre de mundo, pero nunca se le había dado una situación semejante y además con una mujer que le rehuía a pesar de que ambos se amaban. Cómo convencerla de que lo que deseaba era formar un hogar con ella y con esa criatura que venía en camino.  Le atormentaba la posible depresión que ella pudiera tener, dado que hasta el momento en que él llegara, se estaba enfrentando sola  a un problema que nunca hubiera imaginado podría dársele.
 
Tras las largas horas de travesía, por fin se divisaron las primeras edificaciones de Madrid. Destacaban las Cuatro Torres e inmediatamente el aeropuerto a corta distancia. Después de las instrucciones para el aterrizaje, sus nervios empezaron a molestarle en el estómago. Había neblina en Madrid y  debía hacer frio, dado lo cercana de las Navidades.  Había avisado a la muchacha  de su visita para ese día, pero no podría verla hasta que al anochecer saliera de su trabajo.  Se instaló en el hotel y pensó en la mejor manera de pasar aquellas horas que se le hacían interminables.
 

Decidió ir a una joyería: debía comprar un anillo de compromiso y unas alianzas. Debería tomar las riendas de la situación. No se fiaba de Perla  ni de sus inseguridades.  Encaminó sus pasos hacia el domicilio de ella. Aún faltaba un rato para que la muchacha apareciese en su casa. Miraba los escaparates de los comercios vecinos apoyándose en uno de ellos. Como a unos diez metros, divisó la figura de Perla cabizbaja, como casi siempre, encogida por el frio, y más delgada.  Cuando la tuvo frente a él observó que estaba pálida y unas profundas ojeras enmarcaban sus ojos.
 
Ninguno de los dos habló nada, sólo se miraron y al cabo de unos instantes Jeff abrió sus brazos y Perla se refugió en ellos.
 

 

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