DESENCUENTROS - Capítulo 1º
P or una rendija de la ventana, se colaba un rayo de sol que iba directamente al rostro de la muchacha que comenzaba a despertarse molesta por la interrupción del sueño. Había pasado una mala noche, pues el calor había sido sofocante. Julio es un mes muy caluroso en Madrid y las noches se hacen insoportables. Para ello la gente sale a las calles y pueblan las innumerables terrazas que se instalan en los paseos del centro, en donde el frescor de la noche hace que las tertulias se dilaten hasta casi la madrugada.
L as jóvenes se divertían y hasta Perla estaba contenta. Sus paseos y los baños en el mar le hacían olvidar el tedio en que se había convertido su vida. Por las noches en el hotel organizaban bailes y diversiones para los turistas, y ellas acudían para no meterse en la cama tan temprano. De vez en cuando algún galán se acercaba a ellas y bailaban durante un rato. De todas, las que más solicitudes tenía era Perla, justo la que no bailaba nunca. Las excusas que daba no convencían a nadie, pero tampoco insistían dada la firmeza del rechazo. Sus amigas le recriminaban lo “sosa” que era, pero ella se sentía incapaz de sentir los brazos de otro hombre rodeando su cintura:
PERLA |
Se había retirado muy tarde a descansar; se había reunido con sus amigas después del trabajo. Se aproximaban las vacaciones y había que planearlo todo para que fuera un verano inolvidable. Hasta el más mínimo detalle estaba previsto. Deseaba que llegara el último día de trabajo, necesitaba esas vacaciones más que nunca, a pesar de que Agosto no era su mes preferido para viajar, había demasiada gente por todos lados, pero no tenía otra opción.
Tenía un montón de cosas que hacer: ir de compras. Siempre que salía de viaje, no sabía muy bien porqué, tenía algo que comprarse y lo más curioso es que casi nunca salía de la maleta lo que había comprado.
¿Verdaderamente le hacía ilusión el viaje? Se detuvo ante esta reflexión… En comparación con otras… no. Eran diferentes, totalmente, pero le daba igual; el caso era romper el tedio y monotonía en la que se había convertido su vida. Recordó los primeros días de viudedad y la sensación de desamparo que había sentido el primer día que salió a la calle después del entierro de su esposo.
Recordó un día, en que parada en un semáforo, sentía miedo de la gente. Tenía la sensación que deben sentir los niños al extraviarse y verse solos en la calle, en medio de la gente extraña que pudieran rodearle. Esa misma sensación es la que sintió ella; las piernas le temblaban y creyó caerse. Todos los días iban juntos al trabajo y volvían a reunirse para comer juntos y juntos volvían a casa por la tarde, ya terminada su jornada laboral. Ahora tenía que hacer el mismo recorrido en solitario, algo a lo que no se acostumbraba. Por eso sus amigas habían hecho hincapié en que viajara con ellas, porque el cariño y la diversión siempre estaban presente en el grupo.
Siempre había estado protegida por él, siempre se había encargado de todo, ella no debía preocuparse por nada, “sólo de ser feliz a su lado”. Esa consigna la había recibido de él cuando contrajeron matrimonio. Todo había cambiado. Él se había ido y ella se tenía que enfrentar a una soledad aplastante que le deprimía.
El grupo de amigas se había conocido en primaria y le habían arropado cuando se quedó sola y gracias a ellas su soledad se hacía más tolerable. Le habían aconsejado que saliera con alguien, que por eso no olvidaría al hombre que había compartido con ella aquellos cortos años de matrimonio, pero no podía. El sólo pensar en ello, le hacía sentirse como una delincuente y rápidamente desechaba la idea de su cabeza. Sabía que había un compañero que intentaba tener una cita con ella, pero siempre le daba excusas para no salir con él.
Desperezándose estiró sus piernas y sus brazos para quitarse de encima la mala noche pasada. Acto seguido, de un salto, salió de la cama. Pasó por la cocina y puso la cafetera en marcha. Necesitaba un café fuerte, de lo contrario estaría dormitando todo el día. Se metió en la ducha y dejó correr el agua por su nuca. El agua estaba fría, no había querido encender el agua caliente, no con esta temperatura. La radio daba 25 º, y apenas eran las siete de la mañana
--¡ Dios mío, vaya día que vamos a tener hoy ¡, exclamó cuando oyó ese dato.
No secó su cabello para de esta forma aliviar un poco el calor. Se sentó en la mesita de la cocina y preparó su desayuno. Mientras sorbía el café dirigió la mirada hacia la silla que enfrente de ella permanecía solitaria, y como si de un amigo imaginario fuera se dirigió a ella con la siguiente pregunta:
- A ti ¿qué te parece?
Sin obtener respuesta siguió desayunando. Preguntaba su opinión a una silla. Le pedía opinión sobre sus vacaciones. No estaba muy conforme ni con ellas, ni con el destino escogido, pero había sido decisión de la mayoría y hubo de aceptarlo. En realidad no le entusiasma ningún destino, que no fuera quedarse en casa. Recordó con el entusiasmo que siempre habían proyectado sus viajes. Fue una decisión cuando se casaron: “ no tendremos hijos inmediatamente, somos jóvenes y hay tiempo. Primero disfrutaremos de nuestra visa de casados”,pero no hubo tiempo, todo se había precipitado y ahora se reprochaba el no haber cumplido con ese deseo.
--¡ Ay señor, señor ¡, se lamentó y decidió arreglarse y dejar de pensar en lo que pudo ser , y no fue.
Sin darse cuenta había ido deprimiéndose poco a poco. Habían pasado cinco años desde su muerte, e interiormente escuchó la voz de una de sus amigas que le aconsejaba: “ es hora de que empieces a organizar tu vida. Debes salir, tratar de seguir adelante, y quizás conocer a alguien… No por eso vas a olvidarle…”
Perla era hija única en una familia de clase muy acomodada. Sus padres le dieron una formación exquisita: internado en Suiza, internado en Inglaterra, y final de carrera en la Univ. Autónoma de Madrid. Recibió clases de ballet y música. Era una alumna muy disciplinada cuyas notas eran sobresalientes. Entre sus amigos estaba considerada como superdotada, aunque en realidad era de una gran inteligencia y muy perfeccionista que no deseaba defraudar a los padres que habían depositado en ella su plena confianza. Terminados los estudios no tuvo ningún problema en encontrar un empleo. Su dominio de los idiomas inglés y francés le facilitaron grandemente el conseguirlo, pero todavía no estaba muy decidida por la clase de trabajo que quería.
Se hizo azafata en turismo, con constantes viajes al extranjero, pero al poco tiempo le fatigaba tanto ajetreo y decidió dejarlo. Trabajó en una embajada, pero tampoco le agradó:
--Hija mia, eres muy inestable. A veces dudo de que te gusten los estudios que has cursado…No es posible que no encuentres nada que te agrade..
--Lo sé, mamá, pero…Ya lo encontraré, no te preocupes
Ni la madre ni el padre estaban preocupados, pero no les agradaba la indecisión de su hija. Por fin una mañana encontró algo que al menos de momento le entusiasmaba: sería traductora en una editorial. Le apasionaba la literatura y la traducción de una obra, le permitía ser, en cierto modo, también escritora. Siempre tendría que adaptar los textos escritos en otro idioma distinto al suyo para su total comprensión del libro en cuestión.
Había leído el anuncio solicitando “traductor/a” y no dudó ni un instante que ese sería el trabajo de su vida. Loca de contenta relató a sus padres el trabajo conseguido y los tres estallaron en parabienes y abrazos.
De esta manera entró en la importante editorial que le permitiría desarrollarse como intelectual y conocer al hombre que un tiempo después se convertiría en su marido.
Carlos ocupaba un puesto directivo. Era un joven prometedor y con gran futuro dentro de la empresa. Era atractivo, sin ser guapo, pero su sentido del humor y simpatía, ganaba la voluntad de todos aquellos que le trataban.
Fue un flechazo por parte de ambos. Él extrovertido, ella responsable y formal. Ambos se complementaban perfectamente y al cabo de un año se habían convertido en marido y mujer con el beneplácito de todos.
Decidieron de común acuerdo, esperar unos años para ser padres; ambos tenían una carrera brillante y querían desarrollarla. Eran jóvenes y podían esperar; primero disfrutarían de su matrimonio. Viajaron durante las vacaciones a todos los rincones del mundo. Se divertían estando juntos y su vida en común era perfecta.
Carlos tenía que hacer un viaje al extremo Oriente para crear una sucursal de la editorial. Estaría ausente al menos dos semanas, pero tendría que ir sólo. Ella estaba inmersa en la adaptación al castellano de un best seller de un escritor norteamericano y no podía cortar el trabajo. Le despidió en el aeropuerto sin poder contener unas lágrimas cuando se dieron un último beso. A regañadientes, Perla, vió cómo él se alejaba rumbo al avión.
Se llamaban todos los días. Se echaban de menos y los días pasaban lentos para ella y rápidos para él.
Pasó el tiempo y por fín Carlos regresó a casa. En el rostro se notaba que estaba cansado. Profundas ojeras rodeaban sus ojos, había adelgazado, pero en sus ojos seguía teniendo el brillo de ironía que hacía que sintieras simpatía por él desde el primer instante de conocerle.
--Ha sido el trabajo, el clima, la comida, todo. Pero no te preocupes, ya estoy en casa. Dame una semana y seré el chico guapo que te conquistó, dijo riendo abrazando a su mujer.
El tiempo pasaba y Carlos no mejoraba, muy al contrario cada vez estaba más delgado
--Vamos a ir al médico. No te vacunaste por las prisas; no vaya a ser que hayas contraído alguna enfermedad tropical. No estoy tranquila..
--De acuerdo, de acuerdo. Iremos cuando tú quieras
--Pues ya mismo. Voy a pedir hora para una consulta.
Acudieron a la consulta y después de un pequeño interrogatorio por parte del médico, le dijo que no le podía decir nada, sin antes hacerle algunas pruebas. Estaba de acuerdo con Perla en que quizás hubiera contraído alguna enfermedad tropical.
Tardaron algunos días en tener los resultados de las pruebas, y con ellas de nuevo se entrevistaron con el médico. Éste leyó lenta y concienzudamente los informes. Dejó los papeles sobre la mesa y clavó la mirada, primero en Carlos y a continuación en Perla, al tiempo que les comunicaba el resultado:
--Lo siento, no es lo que pensábamos. Claro, hemos llegado a tiempo lo que significa que tenemos muchas posibilidades, muchas, de que pasado un tiempo recobre la salud plenamente
--De acuerdo, doctor, pero ¿qué me pasa?
--Verás Carlos, tienes leucemia. Pero lo hemos cogido pronto y te aseguro que las probabilidades de recuperación son muy altas. Habremos de comenzar con el tratamiento inmediatamente para atajarlo cuanto antes.
Perla se quedó sin sangre en las venas. Le faltaban palabras, mejor, se le habían borrado de su cabeza. No era posible que esto les estuviera pasando a ellos; a penas llevaban tres años de casados, tenían planes, proyectos e ilusiones. No no era cierto, el médico se había confundido.
Pero no, no se equivocó y las palabras de aliento que les había dicho, fueron eso: palabras. La enfermedad avanzaba rápidamente y hubo de internarse en un hospital. Las transfusiones se sucedían, pero la debilidad iba en aumento. Ni fármacos, ni otras consultas surtían efectos. Una mañana Perla recostaba la cabeza en la almohada de la cama hospitalaria que ocupaba Carlos, cuando éste con la mano libre que le dejaba la vía, acarició la cabeza de su mujer y le pidió:
--Perla, tenemos que hablar…
--Claro que tenemos que hablar, pero ahora descansa
--No mi vida, no tenemos tiempo. Escúchame. Cuando yo me haya ido no quiero que te encierres en casa refugiada en los recuerdos. No quiero que te acuerdes de mi ahora, sino como era antes. Pasado un tiempo, que sé lo vas a pasar mal, deberás organizar de nuevo tu vida; no por eso vas a olvidarme. Siempre estaré en tu vida; tienes que prometérmelo. Por encima de todo deseo que seas feliz . Recuerda la felicidad que ha reinado en nuestras vidas desde que estamos juntos. Hay muchas personas que conviven durante toda una vida odiándose y sin embargo nosotros nos hemos amado intensamente. Hay otra cosa que te quiero pedir: llévame a casa. No quiero terminar aquí. Deseo hacerlo rodeado de lo que ha sido nuestro mundo.
Y cumplió su voluntad. Le llevó a casa y abrazada a él se despidió para siempre del que había sido su marido.
CARLOS |
Tuvo que pedir la baja laboral, pues su cabeza era un laberinto de sentimientos encontrados. Había desarrollado un carácter infernal, no quería ver a nadie, ni a familia, ni amigos. Odiaba a la humanidad y cada día al despertar, las noches que podía dormir, llorando pedía a Carlos que la llevara con él. Abrazada a su fotografía lloraba desconsoladamente. Pasaron los meses y poco a poco su cerebro fue asumiendo su nueva situación. Cada vez que acudía a algún sitio para arreglar papeles, tenía la sensación de enterrar de nuevo a Carlos. Iba a menudo al cementerio. Le había hecho la promesa de que reemprendería su vida y en principio espació las visitas a su tumba, pero la sensación que le quedaba era de cometer un delito. Se limitó a acudir las fechas claves: aniversarios, navidades, cumpleaños, etc.
Sus amigas le animaron a salir con ellas. La primera vez que lo hizo se sintió mal. Le parecía injusto que ella se divirtiera y Carlos llevara enterrado tanto tiempo. Poco a poco recobró su vida. Aquel sería el segundo verano que pasaría con el grupo de amigas, que nunca la habían dejado sola
--No, ni halar. Hasta ahí no llego, era su respuesta a las chicas.
El tiempo pasó rápido y llegó el día en que tendrían que abandonar su paraíso veraniego y regresar al trabajo. Se reservaron un par de días antes de trabajar para organizarse el regreso y acostumbrarse de nuevo al horario y comidas habituales.
Era un lugar paradisíaco... |
Con el color dorado de la brisa del mar, ataviada con un vestido amarillo que resaltaba más su color, acudió al trabajo en la fecha debida. Después de saludar a sus compañeros y ponerles al corriente de sus vacaciones, se encaminó hacia el despacho de su superior para comunicarle que ya estaba en su puesto. Dio unos golpes en la puerta, y una voz potente le respondió:
--Adelante
Su jefe no estaba solo. En el despacho le acompañaba otro hombre de aspecto extranjero que apenas hablaba castellano. Su jefe les presentó:
--Perla, le presento al escritor de moda: Jeff Douglas Spencer. Jeff, mi traductora Perla Cifuentes
--Encantado, señorita
--Igualmente señor. Soy señora
--Lo siento no lo sabía, perdón
Perla esbozando una sonrisa, le respondió
--No por Dios, no tiene importancia. Sr. Olmedo, volv eré en otro momento; solamente era por saludarle y decirle que ya estoy de regreso. Buenos días
Dando media vuelta, se encaminó a la puerta . Se sentó en su mesa y encendió el ordenador por la agenda, que había dejado ordenada antes de irse de vacaciones. Leyó detenidamente el contenido dispuesto para el día presente
--Uf, no tengo ninguna gana de volver al trabajo. ¡ Por Dios ¡ ¿ Cómo pude cargar de tareas el día de hoy? Seguro que la mitad se quedan sin hacer
Despacho de Perla, la traductora |
Por la tarde después del trabajo, las amigas habían quedado en una céntrica terraza del Paseo de La Castellana, para comentar su reintegro a la oficina y cambiar impresiones y añoranzas de su viaje
--Han sido las vacaciones más bonitas que hemos hecho. Yo me he traido el teléfono y la dirección de un chico. Dijo Araceli mientras se cubría la boca con un a mano y reia como si estuviera diciendo alguna picardía.
--¡¡¡ Vaya con la mosquita muerta esta ¡!!, dijo la amiga mayor de todas.
--A ver, cuenta, cuenta
Y Araceli fue desgranando su aventurilla con un chico que le entusiasmaba
--No creáis quedó en llamarme para el fin de semana, pero seguro que se habrá olvidado de mi
--¿ Y si así no fuera, te enrollarías con é?, preguntó Perla
Todas se la quedaron mirando extrañadas de su pregunta, ya que no solía estar pendiente de comentarios como ese
Araceli la miró con una tímida sonrisa, y le dijo:
--Pues no lo sé. Me gusta mucho; si ocurriera, probablemente saldría con él
Atento en una mesa cercana, escuchaba curioso un hombre, Aunque no entendía la mitad de las cosas que las chicas comentaban, pero aún no entendiendo, le agradaba ver cómo se divertían y gastaban bromas entre ellas. Con la mirada recorrió el grupo y de repente se detuvo en una muchacha con un vestido amarillo que resaltaba su color playero
--Oh my God. She is the translator of the editorial, what did you say your name was? Pearl, that is and the truth is that the name is doing very well, is very pretty
Jeff Douglas Spencer, escritor |
Ella ni se había dado cuenta de que en una mesa cercana le observaban. Al cabo de un rato sintió el peso de una mirada sobre ella y giró la cabeza en la dirección en donde el americano apuraba su copa. Reconoció al hombre y con una inclinación de cabeza le saludó
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