Un viaje maravilloso - Tercera parada: Sevilla











                      Hacia media mañana partimos rumbo a Sevilla. La capital andaluza nos esperaba radiante, como una mozuela bonita dispuesta a enamorar a todos aquellos que la visitan. Comimos en carretera, en una de esas ventas en las que se come bien y barato. Un filete con patatas fritas y melocotón de postre. Con un buen vino tinto de Valdepeñas y un plato de olivas verdes que no podían faltar en la Tierra de María Santísima. Estábamos impacientes por llegar y disfrutar de ella, de su olor a azahar por el barrio de Santa Cruz. Escuchar unas alegrías en la voz ronca flamenca, en Triana.

Como la luz del día se prolongaba hasta muy tarde, una vez instalados en un hotel no muy alejando del centro, decidimos recorrer la ciudad cuanto antes. No importaba el cansancio que íbamos acumulando día tras día.

Recorrimos el Barrio de Santa cruz, con sus callejuelas estrechas y sus ventanas con rejas, en la que “pelan la pava” los novios aún no oficiales. Llegamos a Triana. A lo lejos se oía el rasgar de una guitarra y la voz de una cantaora narraba en un fandango las peripecias de un amor no correspondido. Y hasta la Real Maestranza, entonces sin corridas de toros, pero en nuestros oídos parecía escucharse los olés a los toreros que se jugaban la vida en ese coso, pequeño, pero ¡tan grande!

Decidimos cenar de tapas y manzanilla en una de las más célebres tascas en la calle Sierpes, en el corazón de la ciudad. Y a su salida, nos topamos de frente con la catedral y con su parte más conocida: La Giralda. Hermosa, única, resplandeciente a la luz crepuscular. Allí nos detuvimos extasiados ante el más exquisito arte mudéjar. Retazos de nuestra historia musulmana. Y un paseo por el rio: La Torre del Oro. Reflejando los últimos rayos de sol en ella; era una imagen imposible de describir y de olvidar.

El trote de unos cascos de caballo nos sacó de nuestro embeleso. Paramos al carruaje y le indicamos nos llevase al hotel, no muy distante de donde estábamos, pero lo cierto era que estábamos muy cansados por tantas emociones vividas. Con su característico gracejo nos servía de guía, a la vez que no cesaba de hacernos preguntas sobre Madrid, porque hay algo inexplicable que nos hermana con esa hermosa ciudad andaluza. Dijo llamarse Míster Ventura. Su trabajo era pasear a los turistas al igual que lo hacía con nosotros.

Descansamos aquella noche, como dos niños. Había sido un día intenso. Intensidad que íbamos acumulando día tras día. Al día siguiente, visitaríamos la Plaza de España y, en uno de sus puentecillos, estampamos nuestras firmas. Un recuerdo efímero que seguro ha desparecido bajo la conservación de ellos. Paseamos en barca románticamente por sus canales y pudimos admirar lo hermoso que es ese monumento de imprescindible visita. ¡Cuántos recuerdos de aquel paseo incombustible en mi memoria! Cerca, muy cerca, está el Parque de María Luisa. Paseamos por sus veredas pletórico de belleza y de flores. Mayo es un mes especial para Andalucía, o al menos a mí me lo parece. Tomados de la mano, lo admirábamos todo con deleite. Comprendí a los turistas extasiados de tanta belleza junta.

Y sus gentes. Siempre alegres, simpáticas, con alguna gracieta siempre a tono. Cariñosos, entrañables, inolvidable. Hacía calor, pero no en exceso; aún era primavera.  En las viejas calles de los barrios nos cobijamos bajo los naranjos que aliviaban el calor en verano y expandían su aroma a azahar en el aire.

Visitamos el palacio Las Dueñas, la morada en alguna temporada de la Casa de Alba. Asombrosa como todas las posesiones de ese importante ducado español.

Nuestra estancia tocaría a su fin a la mañana siguiente. Seguiríamos avanzando por esa magnífica y entrañable tierra: Andalucía, que mostraba sus mejores galas para nosotros. Al menos eso nos parecía.

Próxima parada sería otra capital hermosa, hermosísima, en la costa: Málaga La Bella.

#1996rosafermu

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Mayo, 30 /2022     UN VIAJE MARAVILLOSO

       

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