SIETE DIAS / Relato corto
De nuevo lunes. La misma rutina de siempre, sin cambios. Se asomó a la ventana de su habitación y miró al cielo. Nublado gris, a punto de llover. Se dirigió al cuarto de baño para asearse, mientras el café salía e inundaba con su aroma toda la casa. Una vez vestida, se recogió el cabello en una cola de caballo. Echó un último vistazo y cogió su bolso y las llaves. Bajó las escaleras y salió a la calle en dirección al Metro.
Todo igual, todo lo mismo desde hacía años, sin cambios, sin nada que perturbase aquella monotonía.
Lidia trabaja en un centro de estética y belleza en un gran centro comercial. Ella es la encargada de hacer las manos, en lo que se ha especializado y, es requerida por las clientas que acuden al establecimiento, todas ellas de gran poder adquisitivo.
Vivía sola. Su madre murió al darla a luz y su padre había fallecido hacía más de cuatro años. Era de rostro de los denominados corrientes, es decir: poco agraciado. Sus ojos eran inexpresivos. De estatura media. De lo único que se sentía orgullosa era de su cabello castaño, liso y sedoso. No se le conocía novio, ni tan siquiera salía con nadie. Era extremadamente educada y voluntariosa, pero siempre estaba triste, con el ánimo muy decaído.
La jornada laboral había transcurrido con toda normalidad, y a las siete de la tarde cerraron sus puertas. Decidió caminar un rato hasta la próxima parada de autobús. No le apetecía meterse en el Metro; prefería ir viendo a la gente caminar por las calles desde la ventanilla del vehículo.
Apenas habían transcurrido diez minutos, cuando una lluvia fina, comenzó a caer y arreciar en un santiamén. Tuvo que refugiarse en un portal si no quería empaparse. Otro chico había tenido la misma idea de ella, pero él tenía paraguas e intentaba abrirlo sin mucha suerte
El muchacho rezongaba unas palabras ininteligibles que ella dedujo se estaba acordando de alguien, y no bien, precisamente. Desistió del empeño y aguardó como ella, a que escampase
- Nada, que no hay forma. Maldito paraguas...
- Suelen ser muy engorrosos, siempre estorban- fue lo que comentó al muchacho sin apenas mirarle- ¿ Quiere que lo intente yo? a lo mejor tengo suerte
- Por favor, hágalo. Tengo prisa y ya voy con el tiempo justo
Lidia tomó el objeto y comenzó a maniobrar apretando un botón situado cerca de la empuñadura
- ¡ Eureka, lo conseguí !
- ¡ Vaya, ha habido suerte ! Muchas gracias, me ha salvado la vida
- Un poco exagerado ¿no cree ?
- ¿ Hacia donde va ? Puedo acompañarla hasta el Metro o el autobús
- Oh, no se moleste. No tengo prisa
- A propósito. Mi nombre es Arturo
- El mío Lidia
Hechas las presentaciones, Arturo la consiguió convencer para que se cobijase bajo el paraguas. El chico era simpático y Lidia se admiraba de que estuviera tan amena en su charla, cosa que rara vez ocurría, excepto con las clientas de su trabajo.
El era residente en un hospital de la capital, y ella le informó en dónde trabajaba y lo que hacía. Sin darse cuenta , habían paseado largo rato. Él se acordó de que tenía una cita y se le había hecho muy tarde
- Discúlpame Lidia, tengo que anular un compromiso
- Lo siento , lo siento mucho. Por mi culpa has faltado a tu cita
- No te preocupes, no tenía demasiado interés en acudir. Era sólo un compromiso
Llegaron frente al portal de ella. Sin darse cuenta habían caminado largo rato. Ella le tendió la mano para despedirse y Arturo la estrechó al tiempo que la decía
- He pasado una tarde estupenda, a pesar del paraguas. Podíamos quedar para vernos mañana
- No sé..., acabamos de conocernos...
- ¿ Qué importa ? Todo el mundo se conoce en un primer momento y luego hasta se casan - dijo riendo- Eres muy interesante, Lidia. Pocas personas hay con las que se pueda hablar de cualquier tema y tener una conversación amena y divertida. ¿ Qué dices, te recojo mañana a la salida del trabajo? Yo no tengo guardia, estoy libre hasta pasado mañana
- Está bien. Ya sabes donde trabajo... salgo a las siete
- Allí estaré. Buenas noches
- Buenas noches Arturo
Él la vio adentrarse en el portal. Todavía no entendía como había conocido a aquella chica, paseado con ella, y citado para el día siguiente. Físicamente no era una belleza. No es que fuera fea, pero no tenía ningún atractivo especial por el que se hubiera interesado. Era delgaducha y desgarbada. No iba maquillada, no tenía unos ojos especialmente bonitos, pero sin embargo intuía que era buena persona, y algo solitaria.
Fieles a la cita del día anterior se reunieron a las siete pasadas, unos minutos. Ella venía más sonriente , quizá al comprobar que él había sido cumplidor. Se había esmerado algo más en su arreglo, y hasta se había echado unas gotas de perfume. Arturo se percató de ello, y observándola, ya no la encontró " tan corriente". A lo mejor era el rubor de sus mejillas al comprobar que había venido a buscarla, lo que hacía se mostrara más atractiva.
Decidieron ir a merendar a un McDonalds situado en el mismo centro comercial. El día anterior ella le había contado cómo había transcurrido su niñez con un padre viudo, añorando constantemente a su esposa, y protestando por el inmenso trabajo que constituía el criar a una criatura él solo. Quizá por ese motivo, su carácter siempre había sido triste y reservado. Arturo le contaba que sus padres le habían costeado la carrera con muchos sacrificios, que vivían fuera y que sólo les veía en vacaciones, y en algún puente largo .
Una vez cada uno se había dado a conocer, su conversación giró en torno a ellos mismos. Lidia sentía un contento interior, que hasta ahora nunca había experimentado. Se fijó en el rostro de Arturo. Era guapo sin estridencias, de complexión fuerte, amable y siempre risueño. No tenía hermanos y era de Burgos, la vieja ciudad castellana.
- Te has manchado la punta de la nariz de kétchup- dijo Arturo
- Perdón...-respondió Lidia tratando de limpiarse con una servilleta de papel
- Déjame, yo te limpio, o te lo extenderás más
Ambos rompieron a reír. Mientras Arturo le limpiaba el tomate, se fijaba en sus ojos que el día anterior eran opacos y hoy tenían un brillo especial. Sus labios eran finos, de boca pequeña, y de un óvalo de cara más bien alargado. Su naricilla era respingona, lo que imprimía una nota juvenil a su cara. Los dos habían pasado la treintena.
Cerca de las once de la noche decidieron, al igual que el día anterior caminar hasta el domicilio de Lidia, y al igual que entonces, su despedida fue ceremoniosa
- Mañana entro a las ocho y salgo a las tres, con lo que tengo la tarde libre. ¿ Te vengo a buscar?- solicitó Arturo
Lidia flotaba en una nube. ¿ Cómo es posible que a ella la estuviese ocurriendo aquello ? Un guapo chico deseaba salir con ella...
- Me encantará- respondió Lidia- ¿ A la misma hora de hoy?
- De acuerdo hasta mañana. No me he atrevido a decírtelo: hoy estás muy guapa. Ciao- fue su despedida
Subió las escaleras de dos en dos, y una vez estuvo en su piso comenzó a canturrear y bailar. Si aquello era la felicidad , ella lo era, y mucho. Arturo le había dicho que estaba guapa, y sintió como sus mejillas recibían una oleada de suave calor. ¿ Se estaría enamorando de Arturo ? Quiso no pensar en ello. No sabía lo que aquellas citas durarían, pero aunque fuesen cinco minuto, la compensaría de la monotonía y soledad de su vida.
Eligió la ropa que se iba a poner al día siguiente, con sumo cuidado. Se soltó la coleta y vio que tenía un pelo precioso, lo que la hacía más atractiva. Se lo dejaría suelto al día siguiente.
Se sentó en la cama y tomó su libro de cabecera a fin de leer unas páginas antes de dormir, pero no podía. Estaba entusiasmada y en su memoria recorría una y otra vez el rostro agraciado de Arturo.
- Mañana ya es miércoles. ¿ Saldremos en el fin de semana?
Recordó que él trabajaba como médico en un hospital, y quizá tuviese que hacer guardia. Ese pensamiento la contrarió. Decidió que no leería, y buscando el calor de la cama, apagó la luz y lentamente, pensando en su aventura, se durmió.
En su lugar de trabajo habían notado que algo la estaba ocurriendo, pues no era normal que acudiera a trabajar tan arreglada. Se había dado un ligero toque de brillo en los labios, máscara en las pestañas, y llevaba el cabello más brillante y sedoso que nunca. Recibió los parabienes de sus compañeras, que trataban de sonsacarla lo que todas sospechaban
- ¡ Ya era hora, hija ! Mereces que alguien se interese por ti. Y arréglate más... puedes sacar mucho partido de tu rostro. ¡ Eres guapa !- le dijo la esteticista
- No Raquel, no lo soy. Pero creo que con algún retoque puedo quedar resultona.
Al acercarse la hora, su corazón saltaba dentro del pecho alocadamente. Siempre tenía la duda de si acudiría a buscarla, pero pronto salió de dudas. Arturo estaba allí con una rosa roja en la mano
- ¿ Es para mi ?-le preguntó sonriendo
- ¿ Para quién si no ? Déjame que te vea... Estás preciosa
- Arturo, no te rias de mi. Bien sé que no es así
- No, en serio. Estás bonita y tienes un cabello muy lindo
Lidia, le miraba fijamente a los ojos. ¿ Buscará engatusarme y reírse de mi ? No es posible que me encuentre atractiva, porque no lo soy. El es tan guapo y educado... Interrumpió sus pensamientos al sentir en sus labios el ligero roce cálido de los de Arturo. Apenas los rozó. Un latigazo, recorrió el cuerpo de Lidia. Era la primera vez que un hombre le había besado y le decía que era bonita, y le había traído una rosa
- Si lo deseas el sábado, cuando salgas de trabajar, podemos ir a un cine. El domingo tengo guardia de veinticuatro horas. Entraré el domingo a las ocho y saldré el lunes a las tres. Lo siento, en mi profesión estas cosas ocurren
- No te preocupes. No quiero interferir en tu vida. Lo paso muy bien, pero comprendo que tendrás compromisos...
-¿ Has creído que te lo he dicho como excusa porque no quiero salir contigo ?
- No, no...solo que acabamos de conocernos y no me extraña que desees salir con alguien más
- Si quisiera salir con alguien más, no me citaría contigo ¿ no crees ? No sé qué ha ocurrido, ni porqué me gusta tanto estar contigo. No sé si es tu conversación, ó porque tienes un alma transparente y noble, pero el caso es que estoy muy a gusto saliendo juntos
- Yo también, Arturo, yo también.
Esta vez la despedida del miércoles fue distinta frente al portal. Él la atrajo hacia sí abrazándola y besándola, al tiempo que por primera vez le dedicaba unas palabras que a ella le sonaron a coro de ángeles. Subió despacio, girando la cabeza para verle allí, parado frente al portal, sin moverse, hasta que ella se perdió de vista en el rellano de la escalera. Flotaba en una nube: la había besado, abrazado y le había dicho que la quería. Ninguno de los dos se explicaba lo sucedido, pero lo importante es que había ocurrido .
El jueves y el viernes ya eran como novios. Caminaban bien cogidos por la cintura, o con sus manos unidas. De vez en cuando él le daba un beso en la mejilla, y ella sentía que el corazón le estallaba de gozo. Tanto tiempo esperando un amor como aquél, y por fin había llegado sin pensar, por un ridículo paraguas.
El sábado era el día acordado para ir al cine. Le pidió a su compañera peluquera le arreglara el cabello. Un buen corte, unas ligeras mechas algo más claras que el tono de su pelo. La esteticista la maquilló ligeramente. Su imagen había cambiado por completo. Ahora necesitaba algo de ropa distinta, más juvenil.
Pidió permiso a su jefa para acudir a una de las boutiques del centro.
- Voy andar un poco justa con el presupuesto de este mes. No importa, si es necesario cenaré yogur, pero tengo que hacerlo. Tengo que estar bonita para él
Se compró un bonito vestido, unos zapatos de tacón de aguja para elevarse algo en estatura, y por último al pasar frente a la tienda Intimissimi, vió un conjunto de ropa interior en color malva, que la enamoró. Sin dudarlo entró y se lo compró. Se había gastado más de la mitad del presupuesto para pasar el mes. No la importó. Estaba viviendo los días más felices que nunca hubiera soñado.
Con todos las bolsas de las compras efectuadas, entró en una de las habitaciones de masajes, y se cambió la ropa que había llevado de su casa, por la que acababa de comprar. Celia la chica de los masajes, siempre decía : " es un error en el que caen algunas mujeres. Creen que con ponerse un vestido bonito ya está todo solucionado, pero lo que hace que vayas bien vestida y atractiva, es la ropa interior, tenlo siempre presente. te da seguridad. Sigue mi consejo ". Y lo había seguido, y era cierto. El vestido le sentaba mejor y realzaba más su silueta.
Arturo se quedó sorprendido al verla llegar. Los tacones hacía que su paso fuese más seguro, le daban una gracia especial. Estaba preciosa y sus ojos y sus labios le sonreían con satisfacción.
- Tengo que besarte, tengo que besarte, aunque te borre el lápiz de labios
- No se borra. Ahora son muy modernos. Puedo estar todo el día como si acabara de pintarme, así que...- y poniendo morritos incitaba a Arturo a que la besara .
Sentados en la butaca Arturo no dejaba de observarla de reojo. El cambio que había experimentado en aquella semana era tremendo. Por su experiencia en el trato con los problemas humanos en el hospital, supo desde el principio, que aquella muchacha dulce y callada, nunca había sido feliz, nunca había sentido el amor de ningún muchacho. Su complejo, la hacía mostrarse peor de lo que en realidad era. Su belleza no era espectacular, era guapa, simplemente, pero tenía una dulzura interior que traspasaba al exterior. Se había enamorado de ella, sin saber cómo, pero notaba que la quería y que sería muy importante en su vida.
Tomó su mano y se la llevó a los labios, al tiempo que la susurraba que era su gran amor. Ella le miraba feliz. No acababa de convencerse de que aquello era real y, no fruto de su imaginación. En la oscuridad de la sala, Arturo poniendo su mano en la nuca de ella, le atraía hacia él, la besaba y ella estaba a punto de desmayarse con tanta felicidad.
A la salida, la llevó a cenar a un restaurante cercano a los multicines. Quizá fuese el vino de la cena, la alegría que sentía y que estaba junto al hombre del que se había enamorado, su rostro estaba resplandeciente. Reían, se tomaban de las manos, acariciaba sus mejillas y no paraba de decirla que estaba preciosa. Todas aquellas palabras resonaban en sus oídos y como un eco inundaban su cabeza. Nunca antes nadie le había dicho tantas cosas bonitas.
Era tarde cuando salieron del restaurante. Arturo no dejaba de mirarla, y por fin le hizo la pregunta clave
- ¿ Quieres subir a mi apartamento?
- Si, amor mío. Lo deseo con toda mi alma
Ella cortada, le dio la espalda. Era una habitación no muy grande, en perfecto orden, limpia y con pocos muebles. Arturo comenzó a acariciarla, y lentamente bajó la cremallera del vestido. Por primera vez iba a desnudarse delante de un hombre. En su férrea educación, le habían inculcado que las mujeres "decentes", no hacían esas cosas. Pero ella no quería pensar en nada, sino vivir ese momento tan especial que había surgido en su vida. No le rechazaría, no le importaba lo que viniese después. Esa noche era suya, viviría "su " momento y se entregaría con los cinco sentidos al amor de aquel desconocido que apareció en su vida por un guiño del destino
Se entregaron mutuamente con pasión irrefrenable y la noche fue testigo de aquel amor vivido. El despertador, implacable, sonó a las seis y media. Permanecían despiertos, había que apurar hasta el último segundo de su amor.
- Mi vida, tengo que vestirme. Entro a las ocho. Por nada del mundo me separaría de ti. Eres increíble, mi cielo. Te amo con todas mis fuerzas. Estaré contando las horas para que llegue la tarde de mañana y podamos vernos
- Yo también, cariño. Has sido el rayo de sol que mi vida necesitaba. Te he esperado tanto tiempo, pero al final todo me ha sido compensado.
- Se me ocurre una idea. Antes de comenzar el turno de noche, tenemos una hora de descanso, mientras cambian los turnos, a las diez. ¿ Por qué no te acercas y pasamos ese rato juntos?
- Eso está hecho. Iré y te querré más, porque ya no podría vivir sin ti.
Antes de levantarse, Arturo volvió a besarla, al tiempo que le decía:
- Es muy pronto. Quédate en la cama un rato más, es domingo y no tienes que ir a trabajar. Cuando salgas empuja la puerta. ¿ Sabes que te quiero ?
- Si, lo sé. Y yo también. Bendito seas amor, por todo lo que me has dado en apenas una semana.
Arturo tras besarla nuevamente, salió rumbo al hospital. Lidia, se arrebujó en la cama y volvió a quedarse dormida. A medio día se despertó. Un poco adormilada. En un principió extraño el lugar, pero luego se dio cuenta de que había pasado la noche en casa de su amor y recordó con una sonrisa lo ocurrido en ella. Saltó de la cama y fue hasta la ducha. Allí frente a un espejo grande que tenía Arturo, contempló su cuerpo desnudo , con pocos atributos femeninos, pero con el suficiente atractivo para haber enamorado a Arturo. En una noche había perdido todos los complejos acumulados durante años. Nunca había recibido una lisonja, ni un piropo de parte de otra persona. Las palabras de Arturo habían sido un bálsamo para su monótona vida. Pero ahora todo había cambiado. era plenamente feliz, amaba a un hombre y era correspondida por él. No quería saber nada más, no necesitaba nada más. No le importaba el tiempo que durase aquella relación, en una semana había logrado lo que llevaba toda su vida persiguiendo.
Después de ducharse, regreso a la habitación para vestirse. En las blancas sábanas, había la señal de su inocencia. Sonrió al verlo, y rápidamente levantó la cama y metió la ropa en la lavadora. ´No quiso rebuscar en el armario para tomar otras sábanas y hacer la cama. No quería que Arturo pensara que había cotilleado todo. La dejaría sin hacer y cuando él regresase el lunes, ya la haría. Se vistió y salió a la calle dirigiéndose a su domicilio. Llovía, hacía un tiempo desapacible, pero a ella le pareció que el sol más radiante inundaba las aceras.
Estaba impaciente porque llegaran las diez de la noche. Eligió con esmero la ropa que iba a ponerse. Debía estar guapa para él. Se maquilló, dejo libre su melena, se perfumó y se miró en el espejo por última vez. Se encontraba bonita. Cogió el bolso y miró el reloj
- ¡ Oh Dios mío, qué tarde es !
Bajo corriendo las escaleras, llovía intensamente y a pesar del paraguas, su impermeable comenzó a mojarse por los hombros gracias a las gotitas que escurrían de las varillas del paraguas. Llamó un taxi y le indicó la dirección del hospital en donde Arturo le aguardaba.
Enfilaban la gran avenida, pero el consabido atasco de los días de lluvia cerraban el paso a cualquier vehículo. Estaban cerca apenas a quince metros. Iría andando. Pago al taxista y corriendo llegó hasta el semáforo cercano. Estaba nerviosa e impaciente por encontrarse con él. Seguía recordando la noche pasada con Arturo. Miró instintivamente el semáforo, pero no vio la luz en rojo para los peatones. Sin pensarlo dos veces se lanzó a la calzada al tiempo que un coche a toda prisa la embistió lanzándola por los aires.
No oyó los gritos de horror que los presentes dieron al presenciar el atropello. Acudieron varias personas en su auxilio, y uno de ellos dio la orden de que no la movieran y avisaran a una ambulancia.
Por la cercanía del hospital, no tardó más de cinco minutos en acudir. Al llegar los sanitarios, con un gesto dieron a entender la gravedad de las heridas. Un hilillo de sangre corría por las comisuras de sus labios y un oído también sangraba. Sangraba por las piernas. Estaba inmóvil, con los ojos cerrados y apenas respiraba.
El otro sanitario atendía al conductor del coche que había tenido el accidente. Tenía un serio ataque de ansiedad.
La pusieron un collarín, la introdujeron en la ambulancia y rápidamente la trasladaron al hospital.
- Date prisa, está muy grave-dijo al chófer de la ambulancia, uno de los sanitarios
Notificaron a urgencias que iban con un accidente de coche, grave. En el busca de Arturo sonó la señal de que debía volver a su puesto para atender el accidente
Mientras bajaban a Lidia de la ambulancia, llegó apresuradamente Arturo pidiendo el informe. Se quedó petrificado al comprobar que el rostro sangrante de la accidentada era la de su amor. No lo podía creer; hacía pocas horas habían hecho el amor y se habían jurado amor eterno, y ahora ella estaba allí a punto de morir. La perdía sin remedio.
Los oídos le pitaban y no podía escuchar las explicaciones de los sanitarios informándole de cómo había ocurrido todo. Tuvo que ser un compañero quién le sacudiera para que volviera en si
- Vamos Arturo, que esta mujer se nos va
- Es mi novia- respondió con un hilo de voz
- Lo siento, lo siento mucho. Pero ahora hay que salvarla la vida, así que anda muévete.
Una enfermera cortaba con unas tijeras la ropa de Lidia, dejando su cuerpo al descubierto, mientras otra preparaba el instrumental y otra le ponía una vía. Los médicos examinaban sus heridas. Limpiaron su sangre y la condujeron a un quirófano. El jefe del equipo, al examinarla, tomó del brazo a Arturo y en un lado aparte le dijo
- Arturo, no se puede hacer nada. El golpe ha debido ser tan brutal, que le ha reventado. Lo siento muchísimo, pero no hay nada que hacer. Puedes quedarte con ella si lo deseas
Abandonaron el quirófano, todos muy apesadumbrados. Arturo era respetado por sus compañeros y todos se habían alegrado de que estuviera tan feliz en esos pasados días.
Por sus mejillas corrían las lágrimas incontenibles. Se abrazo a su cuerpo dolorido y la besaba en la frente, en las mejillas, en los labios. Sólo podía decir " amor mío, amor mío". Lidia abrió los ojos lentamente. Le buscaba, había reconocido su voz, pero no le veía. Con una voz que parecía un suspiro, le dijo:
- Te quiero, te quiero
Arturo sujetaba su mano, infundiéndola el calor que huía de su maltrecho y querido cuerpo. Después de que pronunciara esas palabras, torció la cabeza hacia un lado y exhaló un débil suspiro. El pitido de la máquina le indicaba que su corazón había dejado de latir.
Un desgarrador llanto retumbó en la habitación mientras se abrazaba al cuerpo de la mujer que le había dado un amor puro y sincero. Sólo les bastaron siete días para saber que habían nacido para estar juntos, pero que una jugarreta del destino los había separado irremediablemente.
Los compañeros lloraban en silencio contemplando la escena que estaba viviendo, a pesar de estar acostumbrados a ver a diario esas situaciones.
Tapada con una sábana la introdujeron en una cámara hasta que acudiera la funeraria.
En una bolsa de plástico, de color gris oscuro, le entregaron la ropa y los efectos personales de Lidia. Entre ellos destacaba algo de color malva y recordó cuando la vió con aquel conjunto. Su cuerpo ya no era desgarbado, sino que era de un increíble atractivo. Sólo habían pasado unas horas y su vida había dado un vuelco tan tremendo que le impedía pensar y actuar.
El coche salió con el féretro en dirección al Tanatorio. Arturo se encargó de avisar a sus compañeros de trabajo que acudieron rápidamente para hacerle compañía.
Era una madrugada fría. Había dejado de llover y en el horizonte se dibujaba un incipiente sol, un sol que ella ya no contemplaría. Se abrazó a un árbol del parque y lloro, lloró sin cesar. Apenas pasaran unas pocas horas, se cumpliría una semana desde que se conocieron.
Levantó la vista hacia el cielo, y gritó:
- ¡ Dios, Dios !
Un rayo de sol se filtraba por entre las ramas de los árboles y en él pareció ver el rostro amado de Lidia, que le sonreía, y hasta pareció verla pronunciar sus últimas palabras " Te quiero, te quiero"
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