LA CAMPIÑA CUBIERTA DE BREZOS / Capítulo 1º


 

Lola Méndez

Lola había terminado su carrera, y ahora desarrollaba sus prácticas en el hospital de La Paz.  Deseaba obtener los puntos necesarios para ser fija en planta, y no correturnos como hacía ahora.  Normalmente las novatas tenían las tareas más ingratas: lavar a los enfermos, dar de comer a aquellos que no podían hacerlo por sí sólos, y cuando no,  la mandaban a atender algún cadáver antes de que lo vieran sus familias.

Amaba la profesión que había elegido, y sabía  que podía ejercerla a la perfección, pero su ilusión era ser de quirófanos y para eso debía tener paciencia y adquirir más práctica.  Hacía pocos meses que había terminado en la escuela de enfermería.  El sueldo era pequeño, y lo que más a gusto hacía eran los turnos de noche porque podía atender a los pacientes y hasta se entretenía en darles algo de charla cuando el desvelo les ponía nerviosos.  Pero eso ocurría de tarde en tarde.

Entraba a las ocho de la mañana y terminaba a las tres de la tarde.  Trataba de buscarse otro trabajo en alguna consulta médica, a fin de poder llegar más holgadamente a fin de mes.  Deseaba cumplir algunas expectativas que se había hecho:  ahorrar algo de dinero para comprarse un cochecito pequeño, y quién sabe si conseguir alguna hipoteca y comprarse un pisito.
- Estoy haciendo el cuento de La Lechera- se repetía- Pero para cuando lo haya conseguido, ya estaré a punto de jubilarme.  Si continúo de prácticas , no lo conseguiré nunca...
Compartía piso con una compañera, también enfermera, pero que ambas coincidían en los turnos, excepto en las guardias.   Charo, que así se llamaba la amiga, había hecho una solicitud para una plaza en un hospital del Reino Unido.
Las enfermeras españolas en Inglaterra, son muy solicitadas, por su gran preparación, amabilidad y cariño para con los pacientes, sin duda motivado por su carácter más abierto que el anglosajón, pero que a los pacientes les agradaba tener cerca a una jovencita cariñosa y amable, que mientras les cambian las sábanas, les cuenten cosas del mundanal ruido.
Charo, su compañera de piso y trabajo, hacía tiempo que había cursado una solicitud para trabajar en un hospital inglés , pero tardaban en contestarla.  Había incluido su curriculum, referencias y los años de experiencia que tenía en La Paz, su actual hospital en el que trabajaba.  Era de todo punto satisfactorio para alguien que deseara contratarla.  Los sueldos de enfermeras no son grandes, y en Inglaterra eran bastante más amplios.

- Por qué no solicitas tu también ? - había comentado a Lola el día que depositó en Correos el abultado sobre con su misiva
- ¿ Cómo voy a solicitarlo, estando aún en prácticas?-la respondió Lola
- Pues yo lo intentaría.  Eres buena profesional y seguro que estarían encantados contigo
- Anda, anda.  Eso es porque me quieres. ¡ Ay ! ¿ qué voy hacer yo sin ti cuando te vayas?
- Pues venirte conmigo. Ja, ja, ja
Eso había ocurrido meses atrás, y ya habían perdido las esperanzas.  Sabían que hacía menos de un mes había salido una expedición de enfermeras rumbo a Londres, contratadas por hospitales de la Seguridad Social inglesa, por tanto tardarían en volver a contratar.
Lola estaba de guardia.  Era un noche tranquila. A las doce su compañera y ella, habían recorrido todas las habitaciones ofreciendo un zumo a los enfermos, poniéndoles el termómetro a los febriles y la cuña a quién lo solicitara.  Terminaron de hacer la ronda aproximadamente a la una y media de la madrugada.  Toda la sala estaba en silencio.  Alguna tos de vez en cuando, algún ronquido estridente y algún piloto rojo que se encendía encima de una puerta solicitando la presencia de alguna enfermera.  Todo totalmente normal y en paz.  Su compañera, trató de dormitar en un sillón.  Lola tomó uno de sus libros y se puso a repasar la lección de inglés.  No había olvidado los consejos de su compañera y, por si acaso acudía alguna clase de ese idioma a fin de recordar, ó más bien, volver  aprender la lengua de Shakespeare.  No había descartado esa idea, pero no creía poder realizarla en vista de que su amiga y compañera seguía en Madrid, sin respuesta a su solicitud.
Pero un día llegó, cuando menos lo esperaba.  Se encontraron el aviso del certificado en el buzón de la correspondencia.  Debería acudir a una oficina cercana a recoger la misiva
- Dios mio, Dios mio, que sea que si - repetía Charo apretando contra su pecho la nota e Correos
Llamó a su  enfermera jefa por teléfono y la pidió permiso para acudir una hora más tarde al trabajo.  Iría a recoger la respuesta antes de entrar al hospital, entre otras cosas porque cuando saliera a las tres de la tarde, ya estaría cerrada.  No podía esperar.  La impaciencia la alteraba el ritmo de su corazón.  Había depositado todas sus ilusiones en ese viaje
- No sé qué esperas...  No entiendo lo que persigues.  Estás muy considerada en el hospital, y pronto serás de quirófanos... y hasta puede que te cases con algún médico.. Tu sueldo no está mal... si estuvieras como yo, lo entendería, pero tú...  Francamente no sé qué te pasa con tanto interés por irte.
- Quiero explorar otros países, otros campos. Me gusta viajar, y si no me va bien.... pues me vuelvo.  En definitiva no tengo cargas familiares y me gusta viajar.
La respuesta fue afirmativa y debía ponerse en contacto con ellos a la mayor brevedad posible para ultimar los detalles de su contrato y la fecha de partida hacia Londres.
Cuando llegó a La Paz. estaba loca de contenta.  Lo primero que hizo fue buscar a su amiga que acababa de bajar al laboratorio con unas muestras extraídas a los enfermos a primera hora de la mañana
- Que me voy, que me voy- contaba a su amiga mientras la abrazaba
- Calla loca. Vas alborotar a todo el hospital... Cuéntame todo. ¿ Nos vemos en la primera hora de descanso?
- Vale, nos vemos. Ahora voy a ver a Regina y decirla que me he incorporado
- Hasta luego, entonces
- Chao preciosa.  La siguiente serás tu. Ya lo verás
Como un ciclón salió corriendo del laboratorio y  corriendo subió escaleras arriba para reunirse en un sala con la enfermera jefa, la tal Regina que acompañaba a los médicos y residentes, en su visita a las habitaciones.  Mientras en los pasillos las encargadas de la limpieza, arreglaban las habitaciones, y los montones de sábanas y toallas, se amontonaban en el carro de la ropa sucia, rumbo al lavadero.
Ultimados los detalles de la contratación, Charo partía  en un par de días.  La víspera de su marcha invitó a su amiga a cenar y a un karaoke, como extraordinario.  Deseaban divertirse, aunque esa diversión fuera de lo más extraña
- ¿ Un karaoke, me invitas a un karaoke?- dijo Lola con extrañeza
- Siempre he deseado ir, a desmelenarme.  Sé que canto horrible, pero allí puedo desafinar, gritar y bailar a mi aire porque nadie me conoce.  Descargo adrenalina. Ja, ja, ja,  Es la primera vez que voy a esos sitios, pero creo que se pasa muy bien. 
A pesar de toda su alegría, la daba pena tener que deja
r en España a la  única mejor amiga que tenía:   a Lola.  Llevaban juntas desde que Lola estaba en la escuela de enfermeras, en que un día recogió del tablón de anuncios un tirita de papel con un nombre, un teléfono, y una habitación por alquilar.
Inmediatamente conectaron y de eso ya hacía tres años.  Ahora debían separarse.  Charo se iba a la aventura, a un país extraño, con costumbres y carácter distinto al nuestro y, además sin hablar apenas inglés.  No era una empresa fácil, pero se sentía aventurera y no la importaba emprender esa empresa.  Lola era más cauta, y de momento, por si se decidía hacerlo, acudía dos días a la semana a estudiar inglés.
La primera carta que recibió de Charo desde su nuevo destino, estaba llena de entusiasmo.  Tenía por compañeras otras dos chicas españolas, lo que la facilitaba mucho las cosas.  Compartía el apartamento con ellas, el salario era espléndido y trabajaba mucho, pero estaba muy, muy contenta.  Animaba a Lola para que siguiera su camino.  Y Lola se animó a solicitar una plaza en un hospital inglés.
Volvió a ver en el tablón de anuncios la solicitud de enfermeras españolas para el Reino Unido y copiando los datos, por la tarde, ya en casa, redactó la carta en la que adjuntaba la documentación requerida, al igual que hiciera Charo.  A la mañana siguiente era su día libre y acudió a primera hora a certificar el sobre adjuntando lo que requerían para conseguir ese puesto.
Entró en una cafetería a desayunar y mientras lo hacía mandó un correo a Charo para que se pusiera en contacto con ella en cuanto le fuera posible. 

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