LA CARTA - Capítulo 8º / Algo inesperado

Las gemelas habían terminado la enseñanza primaria y el siguiente curso, comenzarían la superior.  Eran unas excelentes estudiantes, lo que tenía a toda la familia muy satisfecha.  De caracteres rebeldes, discutían constantemente por cualquier tontería.  Su madre hacía poco que había dado a luz, un precioso chico, que era el juguete de la familia.  Pablo, a pesar de no ser hijo suyo, le quería y mimaba que si lo fuera.  Vivían en casas contiguas, por lo que disfrutaba de sus hijas constantemente.  Con Julio mantenía una buena relación, y sus vidas transcurrían con la mayor de las tranquilidades.

Las niñas estaban discutiendo por las próximas vacaciones estivales.  María deseaba viajar a España para estar con su familia, y Lizzy, entusiasta de la historia, deseaba ir a Grecia.  Pablo quería pasar sus vacaciones con ellas....   Se había producido un pequeño conflicto

- Vamos, ya está bien.  Dejad de discutir.  Estoy harto de tantas discusiones por tonterias
- Es  Lizzy, papá.  Quiere ir a Grecia
- Muy bien. Ella a Grecia, tú a España y yo con las dos.  Veamos:  echadlo a suerte- fue la solución salomónica que se le ocurrió

El silencio más absoluto reinó en la estancia.  Pero su duración fue corta, cuando una desconsolada María exclamó

- ¡ Oh, no !
- ¡ Ah...,  se siente ! - dijo una alborozada Lizzy
- Por lo que veo, ha ganado tu hermana. Os propongo un trato: vamos por unos días a España y allí volamos hacia Grecia.  De esta forma todos salimos complacidos
- Yo os ofrezco otra solución - propuso María- Iremos de crucero...  Al menos yo podré divertirme, mientras ... ésta estudia...
- María, ésta es tu hermana y tiene un nombre
- Perdón... Lizzy - dijo con tono irónico
- A mi me parece bien - comentó la aludida- En los cruceros creo que se pasa muy bien. Y suelen ir chicos muy guapos
- Lizzy...- dijo Pablo, dándose cuenta de que las niñas eran casi adolescentes.  Sonrió moviendo la cabeza.

Pasaron unos días en Madrid y allí cogieron el tren que les conduciría a Barcelona.  Embarcarían al día siguiente de su llegada a la Ciudad Condal.



Templo de la Sagrada Familia (Barcelona)
Las chiquillas estaban muy emocionadas.  Nunca habían visto un barco tan enorme, ni unos oficiales tan apuestos.  Su juvenil corazón suspiraba cada vez que veía a alguno pasear por cubierta

- ¡ Qué bien les sienta el uniforme !- comentaban

Compartían un mismo camarote, contiguo al de su padre.  Las tuvo que llamar la atención por el alboroto que organizaban con la elección del traje que habrían de ponerse en la noche,  para asistir a su primera cena a bordo.
Con unos juveniles modelitos, estaban preciosas, y la verdad es que llamaban la atención por el gran contraste entre ellas.  Fueron acopladas en una mesa en la que todos eran de la misma edad, de manera que estaban encantadas de la vida.  Formaban un alegre grupo de chicos y chicas.  Pablo ocupó su lugar en una mesa compuesta por algún matrimonio y personas que viajaban en solitario.

Al término de la cena, y cuando daba comienzo el baile, después de fijar la hora a sus hijas para retirarse a descansar, decidió dar una vuelta por cubierta antes de acostarse.

La noche era preciosa. El cielo totalmente cubierto de estrellas, y una suave brisa refrescaba el ambiente.  Unos pasos más allá de donde se encontraba, había una figura femenina acodada en la borda.  Las luces del barco la iluminaban.  Pablo la observaba detenidamente.  Desde la penumbra de su lugar, pudo comprobar que le era familiar, aunque en un principio creyera que estaba soñando

- ¡ Ella está aquí !- fue lo que dijo en un susurro.

Se durmió intranquilo y muy tarde.  No sabía si actuó correctamente al no haberse acercado a saludar a Azucena.  En definitiva había pasado mucho tiempo.  

Buscó cerca de ella, la figura de Luis, que no   encontró.  Ignoraba el destino que había tenido su amigo.

Cuando Azucena salía del camarote en dirección al comedor para desayunar, vió venir a Piedad

- ¿ De dónde vienes ? ¿ Has estado toda la noche fuera ?
- ¡ Ay ! mi dulce niña.... Ha sido inolvidable... he conocido al más apuesto italiano que cruza el Mediterráneo
- No me digas que vienes de pasar la noche con él ...
- Te aseguro que con nadie mejor podía pasarla.  Voy a dormir durante todo el día.  ¡ Estoy muerta !

Azucena soltó una carcajada antes de dejar a su amiga que entró en el camarote.

Después de tomar el desayuno, fue a una de las cubiertas y se acomodó en una hamaca. Abrió el libro que estaba leyendo y se dispuso a sumergirse en su lectura, cuando unas risas juveniles, hizo que levantara la mirada  del libro.  Habían dos jovencitas que cuchicheaban de un chico que intentaba tirarse del trampolín

- ¡ Qué hermosa juventud !, todo les hace gracia- comentó para sus adentros.



El sol, esa mañana apretaba fuerte, y la sed era intensa.  Dejó el libro en el asiento y se dirigió hacia la barra del bar para tomar un refresco.  No se dio cuenta que detrás de ella unos ojos la miraban sin pestañear.  Como si lo  notara , se giró y entonces le vio

- ¡ Dios mio, Pablo !

 
El se acercó, ya no tenía escapatoria, le había visto.  Con el semblante serio  él,   y extrañado el de ella, dio unos pasos tendiéndole la mano y tratando de disimular su azoramiento por el encuentro

- ¡ Vaya.  Luego dicen que las casualidades no existen ! - es todo lo que se le ocurrió decir para romper el hielo
- ¡ Pablo, nunca lo hubiera imaginado, encontrarnos aquí !...

Pablo movía la cabeza de un lado a otro buscando a Luis

- ¿ Dónde está Luis ? Supongo que está contigo.  El estaba loco por ti. Se le notaba mucho- dijo sonriendo

El rostro de ella cambió repentinamente, borrando la sonrisa que hasta entonces se dibujaba en su cara

- No él no está.  Hace tiempo que murió
- ¿ Cómo dices ?
- Es muy largo de contar...
- Pues cuéntamelo.  Creo que tenemos todo el tiempo del mundo para ello.  Te aseguro que es lo que menos esperaba oir.

Cogió ambas copas y fueron hacia una mesa un poco apartada del bullicio.

- Discúlpame un momento.  Voy a decir a las chicas dónde estoy

Ella le siguió con la mirada hasta donde estaban las jovencitas que habían llamado su atención, pero nunca imaginó que fueran sus hijas

A su regreso le dijo:

- ¿Estás de guardaespaldas de esas bellezas?
- No, son mis hijas: Lizzy y María
- ¿ Tuyas? ¿ Las dos ?, pero si ....
- Si, cada una distinta a pesar de ser gemelas. Una se parece a su madre y la otra a mi
- Tendrás que presentarme a tu mujer -, dijo Azucena
- Estamos divorciados. Voy de vacaciones con ellas, así que compadéceme.  Me tienen frito.  Pero .... cuéntame sobre Luis y tú. ¿ Os llegasteis a casar?
- SI...  Tú me lo recomendaste ¿ te acuerdas ?.  Nuestro matrimonio no duró mucho. Murió de cáncer antes de cumplir los tres años de nuestra boda.  Fue un matrimonio feliz. Nos quisimos mucho...- guardó silencio
- ¿ Tuvisteis hijos ?
-No, no los tuvimos y tampoco contigo, si es eso lo que te intriga
- ¿Abor?.....
-No. No aborté, sólo fue un retraso
- Oye, no quiero seguir hablando de esto si te trae malos recuerdos
- Ha pasado  mucho tiempo... de todo ... No te preocupes.... Ahora si me disculpas, tengo que irme
- Supongo que volveremos a vernos.  Deseo volver a verte para charlar con más calma de todo
- Supongo que si - dijo ella poniéndose en pié.

La vió alejarse.  Reflexionó sobre lo que habían estado hablando. La pérdida de Luis,  la noticia de que no había tenido aquel hijo...   que sospechaba iba a tener cuando él se marchó....

Muchas cosas habían pasado en sus vidas.  Ella estaba preciosa.  Su rostro había perdido los rasgos juveniles que siempre había tenido. Ahora se mostraba más serena, pero igual de bonita y dulce que cuando se enamoraron.  Su cuerpo se mantenía joven, sin duda había tenido algo que ver el no haber sido madre.

  De repente sintió que tenían que hablar, que su encuentro no podía reducirse a comentarios de pocas palabras.  La buscaría y más tranquilamente se contarían la parte de la historia que desconocían de cada uno.

Le impresionó conocer la noticia de la muerte de Luis. Ni a ella ni a él  les habían  salido bien las cosas.   Se habían querido y habían terminado bruscamente...,  y mal. A Luis a penas  le dio tiempo de disfrutar de la compañía de la mujer que siempre había amado...   El...las niñas.  Lo único bueno de su vida, porque en realidad estaba solo, aunque contara con el aprecio y respeto de Ingrid.

Ninguno de los dos hizo nada por volverse a ver.  Solamente de lejos, en el comedor se saludaron tibiamente.

- ¿ Quién es esa mujer ? - le preguntó Lizzy cuando le vió levantar la mano y sonreir a una desconocida- ¿ Es un ligue que te has echado?

 
 
A Pablo le hizo gracia la salida de su hija, y riendo respondió

- No cariño. Esa señora, fue una antigua novia que tuve cuando vivía en España, antes de conocer a mamá
- Es muy guapa - comentó María
-Si, si que lo es-respondió él
- ¿ Regañásteis?-dijo María
- Si..., no terminamos muy bien.  Yo me fui a América y el resto... ya lo sabéis: me casé con mamá
- ¿ Sois amigos ?
-  Mas o menos... ¿ os parece que mañana la invitemos a comer en nuestra mesa?
- Por mi, si-dijo Lizzy-
- Por mi, también-apoyó María.

Como cada noche, al terminar la cena, la orquesta amenizaba la velada. Atracciones, bailes, humoristas... Diversiones para todos.  Pablo se acercó hasta donde sentada, Azucena charlaba con un compañero de mesa.  Piedad había desaparecido, y ya sabía que no la vería hasta la mañana siguiente.

Cuando él llegó a su altura, después de pedir perdón por la interrupción de la charla, Pablo la invitó a bailar.  Ella indecisa, aceptó.  ¡ Hacía tanto que no bailaba !

 

La enlazó por la cintura y entre ambos se estableció como una corriente eléctrica. No hablaban, se miraban de vez en cuando.  Poco a poco fueron acercando sus mejillas. A Pablo el corazón le latía fuertemente. Creía que Azucena era algo del pasado, pero comprobaba que aún estaba presente en su vida.

Azucena estaba nerviosa.  Parecía que  faltaba  a la memoria de su marido, y entonces inesperadamente, se paró y retirándose de él, dijo:

- Será mejor que lo dejemos- y soltándose de sus brazos salió del salón.

Las chiquillas se habían juntado con su pandilla.  Pablo ante lo inesperado de la actitud de Azucena, salió a la cubierta.  Necesitaba respirar.  Se deshizo el lazo del esmoquin y desabrochándose el botón de la camisa, aspiró una bocanada de aire.  Estaba nervioso y hasta le temblaban las manos.  Azucena volvió sobre sus pasos y comenzó a buscar a Pablo que ya había abandonado el salón.  Salió a cubierta y allí uno frente al otro, sin pronunciar palabra se unieron en un beso.  Ella , le miraba fijamente a los ojos,  diciéndole " ha sido un error", no ha debido ocurrir".  Es todo lo que dijo, pero Pablo no decía nada.  Lo único que sabía a ciencia cierta, es que aún la tenía metida en el corazón, que a pesar de todo no la había olvidado.
 
 

- No te confundas-, le dijo. Aún amo a mi marido. Esto ha sido un error, un recuerdo del pasado, pero no significa nada
- Ya..., no te preocupes.  Es lógico. Vivimos momentos muy intensos y la vida no ha sido fácil.  Es normal que la nostalgia nos haya vencido, pero ha sido sólo eso: recuerdos.

Haciendo un paréntesis, Pablo le dijo:

- Mis hijas y yo, te invitamos mañana a nuestra mesa, a que nos acompañes a comer o a cenar, como prefieras
- No sé si debo aceptar. ¡ Son tus hijas, y quizás a ellas no les agrade ...!
- Se lo consulté, y están encantadas.  Lo nuestro ocurrió hace mucho tiempo. Éramos muy jóvenes.
- Tienes razón, éramos unos chiquillos
- No creas... Ocurrió algo... de adultos

Azucena, supo inmediatamente a lo que se refería, pero obvió el comentario.  En el fondo le alegraba que no la hubiera olvidado, y esa era una señal de que aún recordaba aquel día.

.- Debo irme-, dijo ella- Entonces mañana nos vemos ¿ cuándo?
- Cuando desees.  Me gustaría que fuera por la noche, y así podríamos hablar largo y tendido.  Querría saber todo lo referente a Luis
- De acuerdo, nos vemos en el comedor, por la noche
- En eso quedamos.  Hasta mañana
- Hasta mañana

Pablo pretendía tener calma, pero la verdad es que estaba bastante alterado.  El beso dado,  le había hecho recordar viejos tiempos que creia ya pasados, pero que permanecían en lo más profundo de su ser.

Azucena nerviosa, trataba de dormir, pero no podía borrar de su cabeza el encuentro que habían mantenido.  Por un lado lloraba pidiendo perdón a Luis.  Creia que había faltado a su memoria, que al quedarse viuda, debía renunciar a todo lo que la vida pudiera brindarle.  ¡ Que jugada del destino !  no deberían haberse encontrado, al cabo de tanto tiempo.  Pero él..., sin duda, la habría olvidado, puesto que se había casado y hasta tenía dos hijas.

Al llegar a este punto, se echó a llorar. El consiguió lo que ella negó a Luis. Estuvo pensando y llorando durante largo rato, y se durmió sin que Piedad hiciera acto de presencia en el camarote.

Hizo lo mismo de todos los días: libro, hamaca, zumos y piscina.  Trataba de estar tranquila, pero buscaba sin cesar, inquieta, la presencia de  Pablo o de las muchachas.  A ellas si consiguió verlas con su pandilla habitual, pero él, ese día no acudió.

Estaba a vueltas con sus pensamientos, cuando una dulce voz juvenil, interrumpió la lectura que seguía sin demasiada atención

- ¿Vas a cenar con nosotros esta noche ?

Al levantar la mirada, vió frente a sí una cara morena, que vista de cerca identificó de gran parecido con su padre,

- ¿ Tú eres María ?
- Si. Dime ¿ cenarás con nosotros?
- Claro, me encantará.
- Mi padre nos ha dicho que fuisteis novios ¿ es cierto?
-. Si, es cierto. Hicimos el bachiller en la misma clase
 

La chiquilla, rompió a reir, ajena a todos los sentimientos que esos recuerdos producían  en ella.

Eligió un discreto vestido, se arreglo cuidadosamente el cabello, se maquilló y como remate se puso unas gotas de perfume.  Años atrás,  con Pablo, usaba una colonia refrescante.  Ahora con el paso del tiempo,  un perfume menos ligero.

 

Ya estaban esperándola,  cuando puntual llegó al comedor.  Las niñas la miraban con curiosidad, Pablo con admiración, y quizá con algo más...  Se levantó y la ayudó a acomodarse. Se produjo un silencio algo tenso, y  como no podía ser de otra manera, fueron las jovencitas las encargadas de romper el hielo.   Superados los primeros momentos, fue una cena agradable, amenizada por las ocurrencias de las chicas, que estaban deseosas de reunirse con sus amigos.  Una vez autorizadas a dejar la mesa, salieron corriendo, dejando a Pablo y Azucena solos.

Fue larga la charla entre ambos.  Cada uno de ellos tenían muchas cosas que contarse.  Hablaron  de sus frustraciones, de los proyectos no cumplidos, de las esperanzas... Demoraban la hora de la despedida, pero ya era tarde, y el sol se apuntaba en el horizonte.  Lentamente fueron abandonando la cubierta y él galante,  se quitó la chaqueta para que ella se protegiera de la brisa mañanera.  La acompañó hasta el camarote, pero justo en ese momento llegó hasta su memoria otra ocasión, otro momento, y sin saber muy bien cómo y porqué, repitió las mismas palabras y en la misma forma

- Ven..., vámonos.  Ahora la cama la tengo hecha- comentó sonriendo

La tomó de la mano y la condujo hasta su camarote. Allí dentro, la estrechó entre sus brazos besándola.  Ella, al igual que hiciera años atrás, no se resistió, no quiso pensar en nada, ni en nadie. Sólo sabia que estaba con el hombre que siempre había amado y sin que ella lo supiera,   le estaba esperando.

Volvieron a vivir aquel primer día, pero con la diferencia de que ahora apreciaban el tiempo perdido y se entregaron sin reservas, al amor que habían esperado durante años.
 
 
 
El sol entraba a raudales por la escotilla, cuando Azucena abrió los ojos.  No se sobresaltó al ver el rostro dormido de Pablo a su lado.  Sonrió con ternura y despacio para no despertarle, se vistió y abandonó la habitación sigilosamente.

Pero no estaba tranquila.  Constantemente se recriminaba el haber estado con Pablo; pensaba que no deberían volverse a ver y procuró  no encontrarse..  Le remordía la conciencia.  Pensaba en su marido, y se atormentaba creyendo que había cometido un delito.  Imaginaba diciéndoselo a Piedad y la respuesta que le daría:  " no has hecho nada malo.... Él es libre y tú también"...
Pero eso no la confortaba. Estaba muy arrepentida de haber flaqueado la noche anterior.
 
Al atardecer, Pablo la encontró sumida en las mismas dudas de la mañana
 
- ¿ Qué te ocurre?- le dijo después de acariciar levemente su mejilla
- No puedo Pablo, lo siento.  No eres tú, soy yo
- Pero ¿ qué estás diciendo?  No hemos hecho nada malo. Somos libres.. No puedes poner puertas al campo. Seguimos queriéndonos, no podemos evitarlo. ¿ Cuánto tiempo hace que te quedaste viuda?
- Más de cinco años
- ¡ Más de cinco años !  ¿ No piensas en organizar tu vida?
- Por favor, no quiero seguir hablando de esto.
- Entonces será mejor que no nos veamos, porque si lo hacemos no podremos evitar acostarnos de nuevo.  Es más fuerte que nosotros
- Estoy de acuerdo.  Será mejor que no nos veamos
 
Se separaron y tardaron días en volverse a ver.  Se evitaban, cambiaron de cubierta para no encontrarse.  

 Fue a su llegada a Grecia, cuando ambos decidieron bajar a tierra.  Los pasajeros que deseaban visitar los monumentos fueron distribuidos en grupos, y ellos eran integrantes del mismo.  Evitaron dirigirse la palabra y se colocaron en asientos distintos, pero era difícil no coincidir en algún lugar. 
 
 
 
 A las chicas les extrañó que no se hablaran, después de haber cenado aquella noche.  Les había resultado muy simpática, aunque María no dejó de observar a su padre durante la  velada.  Se fijaba en las miradas que dirigía a Azucena   No eran de amistad.  Había algo más especial en ellas Por eso ante la tensa situación entre ellos, la jovencita preguntó a Pablo

- ¿ Os habéis enfadado ?
- No ¿ por qué lo preguntas?
- Es que no entiendo lo que ocurre.  Vamos en el mismo grupo y, ni siquiera os habéis saludado
- Hija,  los mayores somos muy raros... A veces decimos cosas que no están bien y...
- Total, que no os habláís
- Exacto, eso ha ocurrido. Discutimos un poco y hemos decidido dejarlo así
- ¡ Vaya par de tontos sois! - y diciendo esto se alejó para reunirse con su hermana que estaba acompañada por algunos amigos de la pandilla.

En el restaurante les sentaron uno frente al otro.  Evitaban mirarse, lo que hacía que María no les quitase la vista de encima.  Ninguno de los dos estaban cómodos con la situación, y a penas probaron bocado.  Hacía calor en el exterior, pero en la sobremesa, Azucena pidió disculpas y buscando una excusa, decidió salir de allí.

María miraba de reojo a su padre para comprobar si él hacía algún gesto.  Ni siquiera la siguió con la mirada cuando se ausentó.   Se quedó en su sitio siguiendo la amena charla que había comenzado con su compañero de mesa. 

Al emprender la marcha, si tuvo ocasión de adelantarse al grupo.  Buscaba con la mirada a Azucena y la encontró sentada a la sombra de una parra que frondosa daba sombra  en el porche del típico restaurante mediterráneo.  Se acercó despacio y ella le vió venir.  No sabía muy bien qué es lo que la diría.  No la dijo nada, simplemente se inclinó sobre ella besándola.



- Te lo dije. No podemos evitarlo.  Nos amamos, lo llevamos en la piel.  No estamos haciendo daño a nadie, salvo a nosotros mismos.  Por favor... nos quedan pocos días para el regreso y posiblemente no volvamos a vernos nunca más.  Vivamos al menos estos momentos, por favor.  Deberíamos habernos casado, haber tenido hijos, y ahora estar disfrutando de una segunda luna de miel... Sin embargo, aquí estamos, como dos extraños, con unas vidas totalmente rotas,  cada uno por distintos motivos, pero rotas.  Perdimos lo mejor de nosotros mismos por una tontería
- No, por una tontería no...
- Lo reconozco. Era una cabeza loca, lo sé... pero me costó caro. Pagué un precio muy alto.  La recompensa la tuve en mis hijas... ha sido lo mejor que me ha pasado.  No podría vivir sin tenerlas...
- Pero, ¿ qué pasará después?-dijo ella-.  Nos entregamos a nuestra pasión estos días.., muy bien y ,  cuando nos separemos...¿ Viviremos del recuerdo, no será peor?
- No lo sé... pero al menos nos quedará eso-dijo Pablo

Las chicas les observaban de lejos sonriendo,  cómplices de lo que percibían en su padre, por eso al subir al autocar, María cambió su asiento con Azucena.  A penas hablaron durante el viaje, pero sus manos permanecían enlazadas durante el camino.

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