COSAS DE ABUELOS - Cap. 2º / ¡QUE DIOS ME PERDONE!

Como cada domingo, Antonio acudía fiel a su cita, e Inés unas veces iba y otras no. El esperaba impaciente su posible encuentro con ella y poco a poco se iba acercando más y poco a poco ella se atrevía a mirarle sin tanto rubor. Pasaron meses, eternos meses, en lo que nada cambiaba hasta que llegó el invierno crudo y descarnado y ello hizo que Inesita faltara a su cita dominical, pues el frio que hacía calaba hasta los huesos, pero sí tenía que acudir a misa como buena cristiana. Circunstancia que aprovechaban para cambiar al menos una mirada.
Antonio no era creyente, pero respetaba lo que ella pensaba y ella era muy religiosa. Creia profundamente en Dios y aunque él no era amigo de curas, transigió porque era el único modo de poderla ver e intentar hablar con ella.








Altar Mayor de la catedral de Alcalá de Henares

Se sentaba en el banco detrás de ella y tapaba su boca con ambas manos para que nadie pudiera sorprender el monólogo dedicado a la muchacha. Ella no decía nada, la sirvienta carabina estaba a su lado.
Tan sólo en algún momento ella giraba la cabeza y le sonreia dulcemente y sin emitir sonido, sólo con el moviemiento de los labios le decía "te quiero".

El tiempo transcurria y Antonio se impacientaba pues no había progresión en sus relaciones. Un día decidido quiso hablar con el señor Hernández. Ya contaba de antemano con la negativa, pero tenía que hacer algo. No podían seguir de esta manera; al menos poder hablar normalmente sin subterfugios.

--Joven, empezó diciendo el respetable señor Hernández. Sabe de sobra que mi hija Inesita está destinada a ser la esposa de un político de la capital y francamente, no es que yo tenga nada en contra de ese oficio, pero convendrá conmigo en que un albañil no es futuro para ella

--Pero señor, no voy a ser toda la vida albañil. Pienso irme a Madrid y ser comerciante. Su hija tendrá todo lo que quiera, mientras yo tenga dos manos y salud, le proporcionaré tal bienestar que no tendrá nada que envidiar al político ese de quién me habla.

El señor Hernández soltó una sonora carcajada que fué como un latigazo en la cara de mi abuelo.

--Creo que esta conversación ha durado demasiado. Lo primero ella es muy jóven y lo segundo usted no tiene ningún porvenir. Así que creo debe irse y olvidarse de mi hija.

Inés junto con su hermana María, que era su confidente, escuchaban la entrevista detrás de la puerta, y tuvieron que salir corriendo para que no las sorprendieran .

En la forma en que salió Antonio, supieron inmediatamente que no había conseguido su propósito: el permiso para poder visitarla.

María miró a su hermana que desconsolada estaba a punto de llorar. Tiró de su mano y se la llevó hasta la habitación que ambas compartían.

--María, gimió a modo de súplica, ¿qué voy hacer? Yo le quiero, me gusta, pero nuestros padres nunca consentirán en esta relación

--La verdad Inesita, es que es un poco disparatada. Mira que tú también ¡irte a enamorar de un albañil.! Si por lo menos fuera comerciante, o pasante, trabajase en el banco, pero no, lo más difícil e imposible.

--María, calla,calla.

Antonio estaba desesperado no sabía lo qué hacer y decidió irse a Madrid a buscar un futuro que le permitiera unirse en matrimonio a la mujer que le había vuelto loco.Pasó el tiempo y él se aplicó en saber más: amplió los conocimientos que había aprendido en el colegio. Tenía mucha facilidad de palabra, y entonces por recomendación de su hermano Manuel que le había precedido en la capital, estuvo trabajando junto a él en una tienda muy importate de toda clase de productos de importación. Creyó que eso iba a ser suficiente: ya era comerciante. Estuvo ahorrando todo lo que su pequeño jornal le permitia después de sobrevivir.

Aprovecho el viaje que un amigo hizo en un carro de mulas hacia Alcalá de Henares, para hacer una visita a su novia. Estaba contento. Se había comprado un traje usado en el Rastro y una corbata que le había prestado Manuel. Llevaba sus pobres ahorros en el bolsillo con la idea de abrir una cartilla de ahorros en el banco de Alcalá para poder casarse cuanto antes. Su suegro no se opondría al ver lo que había prosperado.

A pesar de haber salido de Madrid a las cinco de la mañana, llegaron a Alcalá pasadas las 12 del mediodia. Lo primero que hizo fué ir a ver a su madre, que durante aquel invierno había estado enferma. La besó, la abrazó y hasta la levantó en vilo. Estaba muy contento, presentía que todo iba a ir bien. Después se encaminó hacia la casa de los Hernández que estaba situada al lado del convento de Las Clarisas.

Muy formal, llamó a la perta y una sirvienta le preguntó por lo que quería y le indic ó el camino de la salita en donde habría de aguardar ser recibido.

La misma sirvienta volvió a entrar y le dijo que el señor no podía recibirle y que era inútil todo lo que tuviera que contarle, puesto que Inesita estaba ya apalabrada con el político. De nuevo se abrió la puerta y una demudada Inesita entró en el interior de la habitación:

--Don Antoio, ¿cómo por aquí?

-- Por Dios Inés, no me llames don Antonio, vengo para casarme contigo. Tengo trabajo y una buena habitación en la que vivir en la Travesía del Conde Duque, en el mismo centro de Madrid, a espaldas del palacio del duque de Alba.

--No nos dejarán, no nos dejarán.

--Pues tu verás, necesito saberlo. Si tu me quieres no ha de importarte nada. Esperaré el tiempo que sea necesario hasta conseguirlo y hasta que tu tengas una mayor edad.

Y esperaron, esperaron hasta cumplir los veinte años. Un día Inés se levantó enfadada. Estaba harta de que sus padres decidieran su futuro por ella, no quería al político que era bastante mayor , bajo y feo.
Estableció la comparación con Antonio y una oleada de ternura le dió fuerzas suficientes como para enfrentarse a su familia.

Decidida entró en el despacho de su padre y le dió un ultimatum: " o me caso con Antonio o me meto a monja de clausura. Si no voy a ser su mujer no lo seré de nadie."


Señor de la época

Convento de Las Clarisas de San Diego (Alcalá de H.)

Al señor Hernández estuvo a punto de darle un sofocón. No esperaba la reacción de su hija y le pilló totalmente desprevenido.

--Si te casas con ese andrajoso, has de saber que quedarás desheradada de todos nuestros bienes, y si sales de esta casa no regresarás jamás a ella.

Inés le miró y dijo:

--Que así se cumpla si es tu decisión. Yo siempre os querré y siempre seréis bien recibidos en mi humilde hogar, pero es mi decisión. Prefiero vivir pobre con un marido que me quiera y al que yo quiera, antes que con un hombre mayor, que pudiera ser mi propio padre al que me sería imposible amar, por mucho dinero que tuviera. Hoy mismo escribiré a Antonio para que realice los trámites para casarnos.

Y así fué y así lo hicieron. Únicamente acudieron a su boda la familia de Antonio y la hermana de Inés, María, a escondidas de sus padres.

En una tartana llegaron a Madrid a su humilde hogar convertidos en marido y mujer. El asistia a unas charlas que daba un tal Pablo Iglesias y se quedaba maravillado de la filosofía de aquel hombre humilde pero que tenía las ideas muy claras respecto a la clase obrera española que mal vivía sojuzgada por las clases pudientes. Un día de los que acudía se encontró con un amigo de la niñez

--¡ Hombre Manolo! ¿ vienes a escuchar a Pablo?

--Todos venimos a escuchar a Pablo, aunque hay gentes que no le cae simpático, pero dice verdades como puños. Todo está en la educación. Nuestros niños no van al colegio no saben ni siquiera firmar, es una vergüenza.

Decidieron a la salida ir a tomar un café en Noviciado cerca de donde vivía Antonio y cerca del rumbo que había de tomar Manolo puesto que quería ir a ver a un familiar que vivía en la calle Ancha de San Bernardo, que se encontraba enfermo.


Pablo Iglesias

Una tarde al regresar a casa, Inés le dijo que no se encontraba bien, que durante todo el día había tenido muchas náuseas y mareos.

--Igual es el cocido de ayer que no te ha sentado bien. Iremos a ver a l médico de la Casa Socorro a ver si te manda algo.

Fueron al día siguiente, y el médico ante la inexperiencia de los jovenes esposos, no tuvo más remedio que sonreir

--No es nada grave, no asustaros. Simplemente estás embarazada.

Inés y Antonio se miraron y se abrazaron. Iban a ser padres en unos pocos meses. Paso a paso todos sus proyectos se iban cumpliendo.

Tuvieron a Antoñito, y a Aurora, y Alvaro, y a Angelita, y a Adela, a Elena Dionisia, .. Para cuando la prole estaba completa, ellos habían vuelto de nuevo a Alcalá de Henares y él había fundado en esa ciudad el partido Socialista Obrero Español. Allí se volvió a encontrar con su viejo y querido amigo Manolito, llamado a desempeñar un importante puesto en la vida española, aunque hasta la fecha nadie se lo ha reconocido.

Juntos empezaron haciendo mítines por los pueblos de alrededor, con la idea de que algún día las masas despertaran de su letargo y alcanzaran los derechos que les correspondían.

De nuevo Inés se quedó embarazada. El médico ya les había advertido que era muy peligroso para su delicada salud tanto embarazo y tan seguidos. No tenían medios como los hay ahora para evitar un nuevo embarazo, por lo que era muy difícil controlar los impulsos de dos jovenes que se amaban profundamente.

Como ya he dicho estaban instalados de nuevo en Alcalá y allí fué en donde Inesita se puso de parto, un parto complicado, en casa y con la salud de la madre bastante quebrantada. Dió a luz a una niña, pero apenas la criatura había nacido, algo falló en el corazón de la madre. Antonio corrió a llamar de nuevo al médico que aún no había abandonado el edificio. Por mucha prisa que se dieron en subir, Inés había fallecido dejando a su pobre hijita recién nacida y a unos niños pequeños, puesto que el mayor contaba 13 años de edad.
Inés Hernández falleció a los 33 años, dejando a un marido desolado a punto de volverse loco y a unos niños que adoraban a su madre, especialmente el mayor con quién tenía mucha afinidad, y a una recién nacida privada de la leche materna. Ni qué decir tiene que no existían los biberones. Antonio muerto de dolor buscó por Alcalá un Ama de Cria, alguién que estuviera recién parida para poder alimentar a su pobre hijita.

En la soledad de su casa y cuando todos los niños estaban dormidos, él lloraba desconsoladamente mesándose los cabellos. No era nadie sin su Inés, no sabía lo que hacer con los niños. El mayor, Antonio, le escuchaba desde su cama que compartía con Alvaro. No sabía qué decir a su padre y se daba cuenta, a pesar de que era un niño, de la tremenda situación creada.

Tomó una de las decisiones más amargas y difíciles de su vida: repartir a sus hijos entre los familiares.

--Antoñito, hijo, le dijo a su mayor sentándole frente a él. Tu ya tienes trece años y tienes que ayudarme a enfrentar todo lo que se nos ha venido encima. Tienes que ayudarme, así que estate muy atento a lo que te voy a decir. Mañana te sacaré un billete para Madrid, y allí el tío Manuel te ayudará a buscar trabajo. Deberás seguir estudiando y hacerte responsable. Yo no podré estar encima de todos vosotros y cuento con que seréis unos hijos buenos como vuestra santa madre quería. No decía lo de santa por religiosidad, sino porque en verdad fué una buena, muy buena mujer que adoraba a todos los suyos y no le importó sacrificarse en todo con tal de que ellos fueran felices.

Por mediación de la hermana de Inés, María, los padres se llevaron a algunas de las niñas, las más pequeñas.
Ellos habían perdido a su hija monja en un incendio tratando de salvar la Custodia, y al hijo organista que murio de tuberculosis. El tiempo les había pasado factura y ya no eran los orgullosos señores Hernández.

Antonio se quedó con Alvaro y Aurora, por ser la hermana mayor, y de esta forma poderle ayudar con la pequeñina. La recién nacida vivió un año, un año lleno de dificultades para su crianza y que por ironías del destino es cuando mejor estaba, pero una gripe y su alimentación deficiente, hicieron que la niña no viviese.

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