Paseando por el parque



Hoy es el último día del invierno. A pesar de no haber sido muy extremo, se agradece que el sol vuelva a la vida. Hoy ha sido un día apacible, pero a ratos gris y a punto de llover. Menos mal, no lo ha hecho. No me gusta la lluvia por muy romántica que sea.

Cuando me levanté esta mañana y, a través de mi ventana, lo primero que hice fue asomarme a ella para ver el día que se nos anunciaba. Decidí salir a dar un paseo por el cercano parque de mi casa. Es un paseo tranquilo sin apenas gentes por la calle, dado que es domingo. Fui hasta el parque completamente solitario, excepto con algún dueño que paseaba a su perro. Miré hacia el cielo atraída por el canto de los pájaros que alegres revoloteaban y contemplaba cómo las cotorras llegadas desde Argentina picoteaban el verde en busca de alimento. Junto con las palomas en bandadas, iban de un árbol a otro alegres presintiendo la estación más bonita del año.

Todo era armonía en la Naturaleza que, poco a poco iba cediendo paso al humano, después del descanso en que permanecimos encerrados. Aquello fue una explosión de todos los animales terrestres que salieron a la calle libres del depredador hombre que todo lo arrolla.

No era uno de mis mejores días. Quizá, precisamente, por la cercanía del cambio de estación que, a pesar de que el otoño tiene la fama, la primavera “carda la lana” como dice el refranero castellano y, hay días en que me siento más melancólica, echando de menos no sé qué cosas.

Caminaba lenta y pausadamente, sin prisas. Hoy es domingo y ninguna tarea me aguardaba. Había olvidado las prisas de cada día y podía permitirme el lujo de divagar con mis cosas y en soledad. En una de las placitas que abundan en el parque, me senté un rato a contemplar cómo la naturaleza irrumpe con fuerza. Los almendros estaban repletos de flores y, aunque su duración es corta, es el mejor preludio de que de nuevo el ciclo vital en ellos se cumple, una vez más.

Me llevé un libro para leer tranquilamente al terminar de contemplar el entorno. En ello estaba cuando, una mujer de mediana edad, se sentó a mi lado dándome los buenos días. Se los respondí y seguí con la lectura.  De soslayo la miraba al pasar las páginas y observé que estaba, con la mirada fija en un punto que no pude identificar. De vez en cuando, llevaba hasta sus ojos un pañuelo de papel e interpreté que estaba llorando. Desconcertada no sabía lo que hacer, si acercarme a ella y ofrecerle mi ayuda, o ignorarla. No sé si fueron instantes o minutos los que tardeé en decidirme, pues algo en mi interior me impulsaba a preguntarla:

      Señora ¿La ocurre algo? ¿Tiene algún dolor? ¿Se encuentra bien?

 

Ella me miró con una tenue sonrisa negando con su cabeza. Debía dejarla en paz; estaba claro que no deseaba compartir sus pensamientos con nadie. Volví a lo mío, pero no podía concentrarme en la lectura, aunque lo fingía. Ella se debió de dar cuenta de que tardaba en pasar las páginas, más tiempo del debido. Sin ningún preámbulo comenzó a hablar:

      Agradezco el interés que, hace un momento ha mostrado por mí. Muchas gracias.  De veras. Máxime en esta época que, cada uno de nosotros va a lo suyo sin prestar atención al prójimo.

 

Seguí con lo mío, pero me interrumpió tratando de explicarme lo que la ocurría:

 — Respondí que estaba bien y, no era cierto. Acabo de recibir una mala noticia: la desaparición de una vieja amiga, de una entrañable amiga que vivía lejos de nuestro país. Además de la tristeza que me produjo el saber que, no nos veremos más, recordé lo que ella me dijo en cierta ocasión, en que, mi vida pasaba por momentos no deseables. Hoy toman fuerza aquellas palabras y mi pensamiento ha vuelto a revivir aquella escena.

Acaba de tener una pelea bastante gorda con mi marido. Una de esas, en la que piensas que cometiste un error al unirte a esa persona para toda la vida. Estaba desesperada, desorientada y, sin saber qué rumbo debía tomar. Me llamó por teléfono y la conté el motivo de mi furia contenida. Me cortó lo que la contaba y me dijo “No te muevas, voy para allá”. No tardó ni cinco minutos cuando el timbre de mi puerta sonaba repetidas veces.

      Lo primero que hizo fue darme un abrazo. No preguntó nada. No dijo nada. Sólo me daba suaves golpes en la espalda y emitía un suave silbido de silencio. No sé el tiempo que así permanecimos, abrazadas con el solo sonido de mi llanto que cada vez era más tenue. Cuando me hube calmado. Me condujo hasta un sillón y nos sentamos las dos. Ella agarrando mis manos y esperando paciente a que me calmase.

Una vez hecho esto, secó las últimas lágrimas con sus manos y mirándome a los ojos me dijo:

 

       Piensa una cosa. Te uniste a ese hombre porque le amabas y él también a ti. Todos discutimos y nos peleamos con las personas que más amamos. Todos somos humanos y diferentes. Con diferentes ideas, unas veces acertadas y otras no tanto. Pero cometemos errores, todos. Y debemos tener la facultad de pararnos por un momento y analizar si lo que tanto nos ha desesperado. ¿Merecía la pena ese enfrentamiento, aun sabiendo que más pronto que tarde, lo olvidaremos y volveremos a convivir con la persona que en un determinado momento nos ha herido? Y, es más, lo olvidaremos en el acto, en cuanto nos digan “lo siento”.

 

      Piensa que, como tú hay millones de personas en el mundo que se encuentran en las mismas y, si me apuras en peores circunstancias que tú. Pero que esas mismas personas, tendrán cerca a otra que las apoye y aconseje. Que les dé un abrazo y enjugue sus lágrimas. Considérate afortunada si tienes a alguien cerca que te comprenda y te haga reflexionar, para que veas que las cosas no son tan negras como las vemos.

 

 

      Hoy esa amiga, ese ser entrañable, ya no está entre nosotros, y lloro su muerte porque, aunque fuera en la distancia había sido siempre esa alma generosa a la que podía acudir si algo me afligía. Pero, como ella me había dicho. En cualquier rincón perdido del mundo, sin saberlo, habrá una persona que se acerque a ti para ofrecerte unas palabras de ayuda, de cercanía, que te brindará su amistad. Y hoy, mientras sentía profundamente su desaparición, usted, se ha acercado a mí brindándome amistad por si necesitaba algo que calmara mi angustia. Desde ahora, creeré ciegamente en el vaticinio de mi amiga. Hoy la he vuelto a tener cerca a través de usted, amiga.

Después nos abrazamos, sin palabras, pero, sabiendo que cualquiera de nosotras contaba con una amiga más. Nos dimos los teléfonos y prometimos volver a ese banco del parque si el tiempo lo permitía.

 

Autora: 1996rosafermu

Editado: Marzo, 20 de 2022

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