El despertar

 Escucho el sonido estridente de las sirenas de la ambulancia que me transporta rápidamente al hospital, mientras los paramédicos hurgan en mí poniéndome oxígeno, me auscultan. Me inyectan algo y me dan masajes cardíacos. Soy la protagonista y, sin embargo, lo estoy viendo todo como si flotara. Como si estuviera sostenida en el aire por una mano invisible y poderosa.

 

Al fin nos detenemos. A los pies de la camilla, hay otra persona que no puedo ver, pero si escucho que está llorando. Uno de los paramédicos, trata de consolarla, pero ella parece que no le hace caso. ¿Voy a morirme? ¿Por qué está esa persona tan preocupada?  Ni siquiera recuerdo lo que ha sucedido. Tan sólo que un dolor profundo, como si me clavaran en el pecho mil agujas, hizo que me llevara las manos a él, como si con esa acción pudiera sujetar aquel dolor horrible que me impedía hasta respirar.

 

Un traqueteo y al fin la camilla que me transporta se posa en el suelo. Otras personas, supongo que médicos o enfermeras, salen a nuestro encuentro y mientras entramos, rápidamente los médicos que me ayudaron en la ambulancia, dan el parte de lo que encontraron cuando llegaron a casa.

 

Todo fue muy rápido. Me trasladan a no se dónde, supongo que a algún quirófano o alguna sala en la que unas manos rápidas, diligentes, y profesionales, van cortando mi ropa. Mientras un médico me examina y da órdenes para que traigan los aparatos oportunos. Lo escucho todo muy lejano. Intuyo que están alarmados y por eso sus mandatos son apremiantes. ¿Me estoy muriendo? 

 

Sólo escucho “A la de tres “y, de repente mi cuerpo nota como si volara. Pero no estoy volando, sino que me han pasado a otra cama. Los pitidos de los aparatos inundan la habitación. Todos guardan silencio, excepto el jefe de equipo que da las órdenes precisas y oportunas a las que nadie responde, sólo actúan.

Por mi memoria pasan retazos muy rápidos de mi niñez. Me veo en los brazos de mi madre, sonriente y al mismo tiempo llora mirando al hombre que está junto a ella. Es mi padre que, emocionado la besa en la frente.

Ha pasado el tiempo y estoy saltando a la comba en el recreo del colegio. Somos un montón de chicas a las que admiro porque son más habilidosas que yo ¡Qué torpe eres! Oigo que me grita Isabelita, porque las he hecho perder el juego.

La vida pasa rápido y me veo de adolescente recibiendo el primer beso de mi vida.

Pablo lo fue todo para mí. La persona que quise con desesperación pero que él no me correspondió de igual medida. Fuimos casi novios, pero por mucho que hice, no conseguí enamorarle del todo. Y es que era una chica de lo más corriente. Tenía poca gracia y mi anatomía no me acompañaba.

 Me costó llanto, mucho llanto. A solas. En mi habitación. Ocultándolo a todos hasta a mis amigas más íntimas. Pero, aquel fracaso sentimental me acompañó el resto de mi vida.

 No me volví a enamorar. No quise a nadie más. Mi consuelo era ir al cine y, como una tonta, me enamoraba del protagonista de turno. Después en la soledad de mi habitación, montaba mi propia película en la que él era el enamorado y yo la cruel chica que no le quería. Solía durarme unos pocos días, hasta que volvía al cine y otro actor tomaba el lugar del anterior y, de nuevo repetía la historia.

Hoy me he levantado extraña. No sé expresar lo que sentía, pero no me encontraba bien. Me mareaba y lo achacaba a que aún no había desayunado y la noche anterior no cené. Pero era un vahído diferente. Sentía opresión en el pecho. Unos horribles pinchazos y un intenso dolor en el brazo.

 No podía ser y, sin embargo, lo era. Cientos de veces había escuchado a que se debían esos síntomas, pero yo me creía libre de todo ello, ya que mi vida era plana, sin altibajos de nada. Sin preocupaciones, sin disgustos y sin apuros. Pero era lo que me estabas sucediendo.

 

Estaba a punto de perder el conocimiento. La consciencia iba y venía a su gusto por mi cabeza, pero tenía la suficiente lucidez para saber que “la cosa” no iba bien. Corriendo por un interminable pasillo me trasladaban a otro lugar ¿Será un quirófano? ¿Van a operarme?

 Estaba rodeada de médicos, enfermeras y demás personal. De vez en cuando abría los ojos y me fijaba en sus rostros; estaban tensos, serios, muy serios y no hablaban, sólo para dar órdenes.

 Decidí abrir los ojos y unos potentes focos me deslumbraron. Unas luces cegadoras. Había cinco o seis, no sé cuántas, pero eran de gran potencia. De nuevo el pitido de los aparatos llegaban hasta mí, pero no los escuchaba con tanta claridad como al principio, al contrario, se perdían lentamente.

Pensaba que me habrían puesto algún relajante, porque de repente me entraron unas ganas terribles de dormir. Y cerré los ojos, sumergiéndome en la más absoluta calma. Ya no tenía dolores, la luz no me cegaba ni las voces me perturbaban.

“Al fin han dado con lo que me pasaba” ·, pensé contenta. Comencé a verlo todo lo mismo: prisas, voces del médico que miraba nervioso los aparatos. Enfermeras que traían algún instrumental ¿O era alguna inyección? No lo distinguía bien.

Estaba feliz. Me sentía ligera, como si flotara y, cosa extraña ellos estaban abajo y yo lo veía desde arriba, casi pegada al techo de la habitación. Seguro que estoy soñando. Menudo jicarazo ha debido meterme, pensé.

 Sonreía libre ya de preocupación. Ya todo había pasado. Recordé que fuera aguardaba mi amiga, la que siempre me ganaba a la comba. Estaba en casa cuando enfermé y fue ella la que llamó a urgencias. Ninguna de las dos nos habíamos casado, y juntas nos hacíamos mutua compañía.

Estará preocupada. ¿Por qué no ha salido nadie a decirle que estoy bien?

 Poco a poco dejé de escuchar sus voces. La luz cegadora estaba delante de mí. Estaba teniendo un sueño precioso y yo me veía andar por un lugar que no sé definir, pero iba a paso ligero. No deseo que esta sensación termine. Nunca me he sentido tan bien y tan feliz.

Exhalo un suspiro y sonrío satisfecha. Seguramente me han trasladado a planta y allí estará Isabelita esperándome. La abrazaré; sé que estará llorando asustada. Ella también me abrazará.

De repente dejo de oír los pitidos de los aparatos. En el quirófano hay un intenso silencio, en el que sólo se escucha la voz del médico. Pongo atención:

“Hora de la muerte las 19´30, del día…”

 



Autoría:  1996rosafermu ( P/1139)

Edición:  Febrero 2, de 2022

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