UN DIA CUALQUIERA (relato corto) / rosafermu/1996celta
Clara |
El despertador repiqueteó a las siete de la mañana. Clara alargó un brazo y bajo el botón para pararlo.
El fin de semana había pasado pronto y como cada día había de levantarse para ir a la oficina. El silencio de su casa era grande. Se había quedado sola hacía un año. Sus padres habían fallecido y ella no tenía más familia que algún primo lejano por parte de su padre.
Había pasado su juventud cuidando de ellos. Rondaba los cuarenta, era bonita pero nunca había tenido tiempo de experimentar el amor. Había "tonteado" con algún chico de la universidad cuando estaba estudiando, pero sus relaciones habían sido esporádicas y cortas. Se había resignado a ser soltera, sin tener siquiera una relación.
Puso la cafetera en marcha y se dirigió al cuarto de baño mientras el café inundaba con su aroma la cocina. Había amanecido un día lluvioso en Madrid; era un mes de Abril inestable, como casi todos. La lluvia la deprimia, pero no había forma de evitarlo.
Era un día lluvioso de Abril |
Dió un último vistazo a su imagen, cogió el paraguas y se dispuso a empezar una nueva semana, monótona, solitaria y triste. El Metro estaba cerca de su domicilio y llegó en cinco minutos. Se acomodó como cada día en un asiento y extrajo de su bolso un libro para que el trayecto hasta su destino se hiciera más ameno. Había un asiento libre a su lado, que ocupó un hombre más o menos de su edad y que entró en la estación siguiente. Ella no le miró absorta en la lectura de la novela. El fugazmente le dirigió una mirada y depositó el paraguas a su lado.
Raúl (así se llamaba el hombre) se bajó en la estación de Cuzco. En ese momento Clara levantó la mirada del libro para fijarse en la estación en la que estaba. Vió el paraguas e hizo una señal para que el hombre recogiera lo que había olvidado, pero ya el tren se había puesto en marcha y sólo pudo observar el gesto de resignación que le hacía desde el andén. Nuevos Ministerios era la estación en la que debía bajar.
Clara trabajaba en el nuevo edificio Windsor |
Trabajaba en un despacho de arquitectos como secretaria en el nuevo edificio Windsor. Salió del Metro cruzando la calle y se dirigió hacia la entrada del edificio. Miró su reloj y observó que eran las 8'30, con tiempo suficiente para acudir a su despacho, ya que la entrada era a las 9'00. Por el camino se encontró con Carmen su compañera más inmediata; se saludaron y entraron juntas en la cafetería del edificio
--¿ Qué te pasa, tenías miedo de mojarte?
--¿Por qué lo dices?
--Tienes dos paraguas !!!
--Ah! rió. Es de un señor que se lo ha dejado en el Metro. Mañana se lo devolveré.
Al día siguiente portando el paraguas de Raúl, a la misma hora y en el mismo lugar, esperó a la parada en que él debía entrar, como así ocurrió.
Raúl |
--Muchas gracias. No era necesario haberse molestado
-- No por Dios, no ha sido ninguna molestia
Fueron charlando del tiempo que hacía hasta la parada en que él se bajó. Clara se había fijado en su rostro. Era bien parecido, con ojos castaños claro y cabello ondulado del mismo color, por el que se entremezclaban algunas canas. Le pareció muy atractivo. Ya había llegado a su parada y matemáticamente como cada día cumplió con los horarios y compartió junto a su compañera el café de cada día.
Día tras día esperaba con impaciencia la hora de ir al trabajo para encontrarse con Raúl. Ambos sostenían una charla intrascendente, todo lo que el corto trayecto que compartían les permitía.
En tan poco tiempo, ambos se habían contado algunos detalles de su vida: ella sola, soltera y secretaria de dirección. El trabajaba en un banco en la sección de valores y tenía cuarenta y ocho años.
Nunca quedaron para tomar un café o para comer, pero a ella no le inmportó. Le bastaba con poderle ver aunque fuera unos instantes. Y así, sin darse cuenta transcurrieron los días, los meses. El verano se acercaba y con él las vacaciones. Su compañera observaba que su amiga se arreglaba más, que los ojos le brillaban de una manera especial y reia con más frecuencia. Pero también se daba cuenta de que estaba acercándose al "fuego y sería terrible que se quemara.
Le habló con sinceridad y Clara le escuchó con atención. Cuando Carmen terminó de reñirla, mirándola a los ojos fijamente, dijo a su amiga:
--Carmen, todo eso lo sé. Sé que seguramente estará casado, o tenga pareja. Sé también que le soy indiferente, que sólo me ve como a una compañera de viaje de Metro, pero me da igual. Necesito tener alguna ilusión por la que levantarme cada mañana para seguir viviendo. Nunca he tenido la oportunidad de sentir lo que siento ahora, y no voy a desperdiciarlo. Sé que en cualquier momento voy a dejar de verle, pero lo que me dure, lo voy a vivir.
No soy mal parecida, aún jóven y tengo derecho a tener ilusiones ¿no?
--Claro que si. Quizás más derecho que nadie, pero no quiero que sufras, no quiero que te hagan daño
--No te preocupes, no me ha insinuado nada ,pero ¿ sabes? cuando me acuesto por las noches imagino que soy su novia y que me lleva al cine o algún restaurante.... y de esta manera puedo conciliar el sueño.
Llegó la época de las jornadas intensivas. Ya no coincidan en los horarios, dejaron de verse. El verano se instaló en Madrid y llegaron las tan ansiadas vacaciones. En Septiembre volvieron a la rutina, pero Raúl seguia sin dejarse ver. Clara se había hecho a la idea de que nunca le vería, pero seguía teniendo su fantasía con aquel hombre, que apenas conocía.
Se levantó una mañana inexplicablemente más triste que de costumbre sin saber porqué. Despacio, emprendió la marcha hacia el Metro, se sentó en el lugar de costumbre y como antes Raúl apareció en el vagón delante de ella.
Tenía en su mirada un brillo especial y sonrió feliz al verla. Nunca le había dado un saludo tan efusivo como el de aquel día que hizo que su corazón saltara dentro del pecho a punto de salírsele.
--Mira. Raúl sacó de su cartera una fotografía de un precioso bebé.
--Es mi hijo, nació en Agosto
A Clara se le heló la sangre en las venas, auque no le extrañó. Con un hilo de voz le dió la enhorabuena al tiempo que Raúl le daba un abrazo y depositaba un beso en la mejilla de ella.
--Ya llego. Me ha encantado verte, hasta mañana.
No le volvió a ver más. Clara cambió sus horarios para no encontrarse con él y aunque sentía un vació inmenso y una pena infinita apretaba con su mano, su pecho, como para que no se le escapara el sentimiento que Raúl le inspiraba.
--Era un amor imposible, una locura, pero por fin he sabido el sabor agridulce de estar enamorada. Este sentimiento no lo cambio por nada.
Por el cambio de horario dejaron de tomar el café matutino y aunque las dos amigas reian como siempre, sin decirse nada, ambas chicas sabían que Clara guardaba celosamente el amor que conoció un día cualquiera
Cupido |
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