DEL AMOR Y OTRAS HISTORIAS - La gota fría
DEL AMOR Y OTRAS HISTORIAS
Capítulo: La gota fría
Edición: septiembre 2022
Autoría: 1996rosafermu / rosaf9494
DERECHOS DE AUTOR RESERVADOS
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P/ 1107
Apoyada su frente sobre el cristal,
con la mirada perdida en no se sabía dónde, miraba sin ver la lluvia pertinaz
que caía desde horas antes, de madrugada. Seguramente la despertara el ruido
producido por la lluvia golpeando sobre algún tejadillo metálico. Al mismo
tiempo, dos lágrimas llevaban la misma dirección desde sus ojos surcando sus
mejillas.
No sabía por qué, de pronto, las
dudas, el futuro incierto, los celos, el amor…, en definitiva, había hecho que
la tristeza se instalara en su cerebro y en su vida. Se enamoró de quién no
debía. No porque fuera un amor infiel. Ni él ni ella lo eran, puesto que no
tenían compromiso alguno con nadie, salvo con ellos mismos.
Se conocieron extrañamente: a
través de las redes sociales que tan de moda se pusieron hace tiempo. Él
buscando no se sabía muy bien qué. ¿Alguien a quién querer, divertirse, romper
la monotonía de su vida…? Ella, posiblemente, huyendo de la soledad de su
propia vida.
Ambos eran jóvenes, guapos y… él
comenzaba a ser famoso. Ella una niña de casa bien pero, que las circunstancias
de la vida le habían jugado una mala pasada, dejándola huérfana y, sin familia
cercana que la pudiera acoger y aconsejar sobre lo que en ese momento la
ocurría.
—Que no se sepa nunca que tenemos
esta amistad. No puedo permitir que trascienda a la vida pública— la dijo a
modo de justificación
Ella le prometió fervientemente
que, así ocurriría. Sería fiel a su palabra dada y guardaría en su interior,
ese torrente de alegría y esperanza en que se había convertido su vida de la
noche a la mañana. Para él, se había obrado el mismo milagro, pero estaba prisionero
de unos documentos escritos en manos de un notario:
“Bajo ningún concepto deberá
saberse que mantiene alguna relación
sentimental con alguien “.
Esos fueron los términos del
contrato que había firmado con una importante agencia de artistas, sujetos a
las leyes que ellos impusieron, a modo de mantener el seguimiento de las
seguidoras que se contaban por cientos. Esas enloquecidas jovencitas que acudían
a ver sus películas, compraban cualquier chuchería que sacara el marketing, o
los videos de algunas de sus entrevistas. Todo se vendía por cientos y su
representante era quién manejaba todo, sin siquiera dejarle respirar.
Por casualidad, un día que se
sintió rebelde, en lugar de acudir a los estudios cinematográficos en el coche
que a diario le recogía, decidió que deseaba recobrar su vida anterior a este maremágnum
que tenía.
Se vistió informal y salió de su
casa en dirección a la primera parada de metro. Se mezclaría con la gente.
Sería uno más entre ellos. ¿Cuánto tiempo hacía que no esperaba a un autobús o
viajaba en el metro, o tomaba un taxi? Una eternidad, se dijo.
Sonreía al reflexionar sobre lo que
había hecho. Se convirtió de golpe en un niño pequeño cometiendo alguna
travesura. Imaginó a su manager hecho una furia, comprobando su reloj, mirando
la hora y que el coche enviado para recogerle, había vuelto de vacío. Esas no
eran las instrucciones que le habían dado, hecho firmar, y hasta algunas veces
motivo de agrias discusiones. Pero se había dado cuenta en ese viaje, que a las
gentes les importa un bledo las reglas impuestas por una tercera persona.
Deseaba volver nuevamente a ser
anónimo: de hecho, nadie le miraba, ni había ninguna jovencita que saliera
corriendo a pedirle un autógrafo: pasaba totalmente desapercibido. O su
representante había exagerado en extremo esa circunstancia para tenerle atado
y, bien atado.
—
Se lo diré en cuanto pueda. Esta noche al hablar con
ella, la contaré la novedad de este día y, que estoy dispuesto a repetirlo de
ahora en adelante…Contigo. Tomados de la mano como nos corresponde y a lo que
tenemos derecho.
Ella tenía los ojos abiertos como
platos. ¿Dónde estaba el chico que la “exigió” no comentar nada, no sólo de su
noviazgo, sino tampoco de su amistad? De ese chico se había enamorado. De ese
chico estaba dispuesta a seguirle al fin del mundo, y pasar, ante los ojos de
los demás, por alguien que no era. Pero que tampoco le importaría dejar de ser
inocente entre los brazos de aquél ser extraordinario que la juraba amor.
Reflexionó sobre esta última parte y, en su cabeza comenzaron a tomar forma las
reglas impuestas:
—Nada de ir por la calle
acaramelados. Si surgiera algún periodista deberás decir que es una empleada de
la agencia. Nada de tomar su mano en un cine durante la proyección de alguna película,
además de ir a la última sesión a la que suelen ir pocas parejas y de lo que
menos se ocupan sería en observar a quienes se sientan cerca de ellos. Por
supuesto nada de besos y de tomar sus manos entre las tuyas…
Y así sucesivamente les dictó unas
normas a seguir que más bien recordaban décadas pasadas. No obstante, él aceptó
el reto y trataría de adornárselo a su novia, Porque sí, se había convertido en
novia de la noche a la mañana.
Lo que menos podía imaginar era
que, paralelamente al noviazgo que, verdaderamente era, de la noche a la mañana
había aparecido una chica deslumbrante, educada correctamente, con un idioma. Con desenvoltura no solo en las
reuniones a las que tendrían que acudir, sino con los periodistas, muy bien
aprendida la lección. En las entrevistas que concedía, casi siempre, y algunas
veces en la penumbra se veía a una mujer. Cada vez se hacía más presente en su
vida hasta que fue declarada “novia oficial de él”.
No se podía creer lo que estaba
escuchando por la televisión. Anunciaban el compromiso oficial y futuro matrimonio
de ese actor que tan fulgurantemente brillaba en el estrellato y al fin
enamorado de una dama.
Ella, lloraba amargamente cuando los
vio en la televisión. No podía ser. Él no le haría eso; la quería. Se lo había
jurado miles de veces. Pero ignoraba que el vil metal todo lo puede y por él,
los seres humanos nos volvemos cainitas. Y ante el anuncio de la pérdida, no
sólo de su fama, sino de millonarios contratos, no le importó en absoluto,
romper en mil pedazos el corazón de aquella muchachita que lloraba desconsolada
uniendo sus lágrimas a las gotas de lluvia que, en contraste con la temperatura
existente en su salón y la de la calle, se convertían en rastreos de agua
bajando por el cristal siguiendo la pauta de sus propias lágrimas.
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