Una copa más - Ensayo
DEL AMOR Y OTRAS HISTORIAS: Una
copa más
No había sido una ruptura por falta
de amor por ambas partes, sino quizás, el motivo más triste: los intereses por
parte de él. Se habían conocido de forma extraña. Primero fue una tercera
persona quién la mandó un correo para ponerse en contacto con alguien. Pero eso
sí, debía ser todo en secreto y sin aludir a nada referente a la relación que
estaban a punto de comenzar. Tenía sus dudas ante aquella misiva recibido de
puño y letra de una secretaria, de la que no tenía ni idea de su existencia. Al
principio creyó que sería una tomadura de pelo. Ella no era famosa, ni siquiera
conocida. No alcanzaba a entender aquella cita a ciegas que la proponía alguien
desconocido en nombre de otro aún más desconocido personaje.
Aceptó, porque algo dentro de ella
le dijo que debía acudir a esa llamada sin dar más datos ni referencia sobre
ella. Pensó que ya lo sabrían todo cuando se decidieron a pedirle una cita sin
conocerse sin saber siquiera su nombre. Nunca creyó en eso de las citas a
ciegas, y esta lo era en toda la extensión de la palabra.
Pero sólo bastó una corta misiva de
parte de él, para que en su interior despertara algo parecido a una ilusión.
Era una mujer bonita, pasando de la cuarentena de años, con educación exquisita
que hablaba varios idiomas y mantenía conversaciones interesantes. No era de
extrañar que fuera solicitada. Pero nunca nadie, había tocado su corazón como
esa encomienda lo hizo.
Se lo explicaría todo en su primer
encuentro. Y, al saberlo probablemente encontrara la explicación del porqué
tanto secretismo en algo tan natural como el salir con alguna amiga.
—No soy un criminal. Ni ningún
traficante, pero sí diplomático y con cargos muy relevantes. De ahí que todos
nuestros encuentros han de ser bajo el más riguroso secreto. Sólo o saben mi
secretaria, que fue ella la que te escribió, y mi chófer. No deberás comentarlo
con nadie, ni siquiera con tus más cercanas amigas o familia. Si así lo
hicieras, me vería obligado a cortar todo tipo de contacto contigo por mucho
que me doliera. Hace mucho que te sigo y, a sabiendas de que no debía hacerlo,
no supe evadir la tentación.
—Pero ¿por qué yo? ¿Con qué fin? No
trabajo en ninguna embajada ni en ninguna compañía relevante que te pudiera
traspasar algún robo industrial. No lo haría, si así fuera. Entonces… No lo
entiendo
—Es muy sencillo: me enamoré de ti en
una de las fiestas en que nos vimos por primera vez. Lo he pensado mucho. Sabía
que tenía prohibido el intimar con personas ajenas a la embajada. De ahí el
secreto más absoluto.
Caminaban lentamente disfrutando de
la noche espléndida, uno cerca del otro, sin rozarse, sin siquiera tomarse de
la mano. Nadie al verlos, podría sospechar de algún romance amoroso. Pero sí lo
tenían. Debían ser muy cautelosos. A corta distancia y a marcha muy lenta, les
seguía el chófer de él en el coche. Al legar frente a la puerta de su casa y,
después de introducir la llave de la puerta en ella, de un tirón de su brazo,
la introdujo en el portal y allí sin poderlo evitar, ambos se abrazaron y
besaron con loco frenesí. Como si aquella misma noche se acabara el mundo.
Subieron lo escalones que le
separaba del ascensor a toda prisa. Ya en su apartamento, contactó con su
chófer y le dio la orden de que se fuera. Pasarían su primera noche juntos.
Al día siguiente, ni siquiera
hablaron de lo ocurrido. Ni uno ni otro despegaron los labios referentes a eso.
Lo guardarían para ellos solos. Omitió decirle que en do o tres días volvería a
desaparecer de su vida y que el contacto sería más difícil ya que el destino
estaba al otro lado del mundo. Tardarían en verse, pero se olvidarían de todo
ello apurando las pocas horas que permanecerían juntos.
Le vio irse sin siquiera volver la
mano para decir adiós. Debían mantener oculta la identidad de ella, algo que no
terminaba de comprender. El daba unas explicaciones que no entendía o, que no
deseaba entender. Se amaban, eso era suficiente. Le echaría de menos. Echaría
de meno la loca pasión de aquella noche. ¿Cómo había sido posible que, ella,
tan reflexiva, tan prudente, hubiera caído tan fácilmente en los brazos de
aquél desconocido, porque lo era Nada sabía de su trabajo, de su familia, ni
siquiera de qué país era y a qué país servía En su cabeza bailaba
constantemente el rostro apasionado de él y sus palabras de eterno amor
Ahora estaba en la barra de un bar
empapándose en alcohol. En su bolso guardaba una escueta carta que acababa de
recibir en la que él explicaba que no regresaría y que la perdonase. Tenía que casarse
con la hija del embajador a la que había dejado embarazada y le habían
presionado para que cumpliera con su deber.
¿Y el de ella? ¿Dónde estaba su
deber para con ella? ¿Hacía eso cada vez que se encontraba aburrido y se citaba
al azar con alguna desconocida destrozando su vida? De repente se paró en seco
en sus pensamientos: estaba bebiendo como una cosaca y no podía permitírselo.
También ella llevaba la semilla en su vientre, de ese desaprensivo, sólo que la
hija del embajador, si es que existía en verdad, había tenido más suerte que
ella. Abonó la cuenta al barman y, dando algún que otro tumbo, salió del bar
rumbo a su casa. No quería pensar en nada. Tampoco es que tuviera la cabeza más
lúcida, pero í lo suficiente como para hacerse responsable de la vida que se
gestaba en su interior.
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