Una copa más - Ensayo

 

DEL AMOR Y OTRAS HISTORIAS: Una copa más

      


        

    Ni su estómago, ni su cuerpo, soportaban ni una gota más de alcohol. No era una bebedora empedernida, pero aquella noche, era especial. Deseaba terminar con todo, hasta con el mundo. No la importaba que cayera un rayo y la pilase de pleno. Es más, deseaba con todas sus fuerzas que todo terminase para ella. El que fuera el amor de su vida, le había dejado plantada sin darle siquiera una explicación que, por otra parte, no necesitaba. Sabía de antemano a lo que se arriesgaba y aceptó el reto, aunque nunca pensó que se llevara a cabo.

No había sido una ruptura por falta de amor por ambas partes, sino quizás, el motivo más triste: los intereses por parte de él. Se habían conocido de forma extraña. Primero fue una tercera persona quién la mandó un correo para ponerse en contacto con alguien. Pero eso sí, debía ser todo en secreto y sin aludir a nada referente a la relación que estaban a punto de comenzar. Tenía sus dudas ante aquella misiva recibido de puño y letra de una secretaria, de la que no tenía ni idea de su existencia. Al principio creyó que sería una tomadura de pelo. Ella no era famosa, ni siquiera conocida. No alcanzaba a entender aquella cita a ciegas que la proponía alguien desconocido en nombre de otro aún más desconocido personaje.

Aceptó, porque algo dentro de ella le dijo que debía acudir a esa llamada sin dar más datos ni referencia sobre ella. Pensó que ya lo sabrían todo cuando se decidieron a pedirle una cita sin conocerse sin saber siquiera su nombre. Nunca creyó en eso de las citas a ciegas, y esta lo era en toda la extensión de la palabra.

Pero sólo bastó una corta misiva de parte de él, para que en su interior despertara algo parecido a una ilusión. Era una mujer bonita, pasando de la cuarentena de años, con educación exquisita que hablaba varios idiomas y mantenía conversaciones interesantes. No era de extrañar que fuera solicitada. Pero nunca nadie, había tocado su corazón como esa encomienda lo hizo.

Se lo explicaría todo en su primer encuentro. Y, al saberlo probablemente encontrara la explicación del porqué tanto secretismo en algo tan natural como el salir con alguna amiga.

—No soy un criminal. Ni ningún traficante, pero sí diplomático y con cargos muy relevantes. De ahí que todos nuestros encuentros han de ser bajo el más riguroso secreto. Sólo o saben mi secretaria, que fue ella la que te escribió, y mi chófer. No deberás comentarlo con nadie, ni siquiera con tus más cercanas amigas o familia. Si así lo hicieras, me vería obligado a cortar todo tipo de contacto contigo por mucho que me doliera. Hace mucho que te sigo y, a sabiendas de que no debía hacerlo, no supe evadir la tentación.

—Pero ¿por qué yo? ¿Con qué fin? No trabajo en ninguna embajada ni en ninguna compañía relevante que te pudiera traspasar algún robo industrial. No lo haría, si así fuera. Entonces… No lo entiendo

—Es muy sencillo: me enamoré de ti en una de las fiestas en que nos vimos por primera vez. Lo he pensado mucho. Sabía que tenía prohibido el intimar con personas ajenas a la embajada. De ahí el secreto más absoluto.

Caminaban lentamente disfrutando de la noche espléndida, uno cerca del otro, sin rozarse, sin siquiera tomarse de la mano. Nadie al verlos, podría sospechar de algún romance amoroso. Pero sí lo tenían. Debían ser muy cautelosos. A corta distancia y a marcha muy lenta, les seguía el chófer de él en el coche. Al legar frente a la puerta de su casa y, después de introducir la llave de la puerta en ella, de un tirón de su brazo, la introdujo en el portal y allí sin poderlo evitar, ambos se abrazaron y besaron con loco frenesí. Como si aquella misma noche se acabara el mundo.

Subieron lo escalones que le separaba del ascensor a toda prisa. Ya en su apartamento, contactó con su chófer y le dio la orden de que se fuera. Pasarían su primera noche juntos.

Al día siguiente, ni siquiera hablaron de lo ocurrido. Ni uno ni otro despegaron los labios referentes a eso. Lo guardarían para ellos solos. Omitió decirle que en do o tres días volvería a desaparecer de su vida y que el contacto sería más difícil ya que el destino estaba al otro lado del mundo. Tardarían en verse, pero se olvidarían de todo ello apurando las pocas horas que permanecerían juntos.

Le vio irse sin siquiera volver la mano para decir adiós. Debían mantener oculta la identidad de ella, algo que no terminaba de comprender. El daba unas explicaciones que no entendía o, que no deseaba entender. Se amaban, eso era suficiente. Le echaría de menos. Echaría de meno la loca pasión de aquella noche. ¿Cómo había sido posible que, ella, tan reflexiva, tan prudente, hubiera caído tan fácilmente en los brazos de aquél desconocido, porque lo era Nada sabía de su trabajo, de su familia, ni siquiera de qué país era y a qué país servía En su cabeza bailaba constantemente el rostro apasionado de él y sus palabras de eterno amor

Ahora estaba en la barra de un bar empapándose en alcohol. En su bolso guardaba una escueta carta que acababa de recibir en la que él explicaba que no regresaría y que la perdonase. Tenía que casarse con la hija del embajador a la que había dejado embarazada y le habían presionado para que cumpliera con su deber.

¿Y el de ella? ¿Dónde estaba su deber para con ella? ¿Hacía eso cada vez que se encontraba aburrido y se citaba al azar con alguna desconocida destrozando su vida? De repente se paró en seco en sus pensamientos: estaba bebiendo como una cosaca y no podía permitírselo. También ella llevaba la semilla en su vientre, de ese desaprensivo, sólo que la hija del embajador, si es que existía en verdad, había tenido más suerte que ella. Abonó la cuenta al barman y, dando algún que otro tumbo, salió del bar rumbo a su casa. No quería pensar en nada. Tampoco es que tuviera la cabeza más lúcida, pero í lo suficiente como para hacerse responsable de la vida que se gestaba en su interior.


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